En la última semana tuve la fortuna de participar de la mesa de “Historia, memoria y literatura” en el XVI Congreso Centroamericano de Historia, mesa en la que, como su nombre lo sugiere, se habló, a través de las diferentes ponencias, de la literatura como herramienta de la memoria histórica.
Jon Fosse, el más reciente Premio Nobel de Literatura, afirmó que escribir es como rezar, digo yo que, en la misma medida, leer y hablar de literatura es como rezar o por lo menos ser partícipes de ese rezo, en el sentido de que hablar de literatura es hablar de lo que auténticamente nos sucede, la alegría y la fatalidad humana; es por ejemplo, hablar del vía crucis de los pueblos (para seguir en la sintonía espiritual), de los mártires, es también una forma de pedir, de protestar y de profetizar.
Lo reflexionado esta semana me sirvió para revitalizar mis ideas sobre la literatura. Más allá de la función de entretenimiento que tiene, y de todos los beneficios de la lectura en general ya ampliamente conocidos, los textos literarios tienen un rol importantísimo en la construcción de un imaginario colectivo, sirven como resaltador de hechos que han marcado nuestra historia y, por lo tanto, nuestra identidad.
La ficción, por supuesto, no responde exactamente a lo que sucedió o está sucediendo, sin embargo, sí que propone estructuras para comprender y poder hablar, debatir y dialogar sobre los temas o los acontecimientos que nos interesan. La memoria histórica es clave para los pueblos, no saber de dónde se viene implica no saber hacia dónde se va.
Uno de los temas que apareció frecuentemente en la mesa fue la manera en la que fuerzas externas nos observan, nos califican y nos determinan como país, se habló del poder y de la vigilancia.
Se dialogó también sobre el presente, el medio ambiente y el futuro que le espera a la humanidad, es decir, una especie de historia del futuro. Se conversó sobre la posición y el papel de la mujer en los esquemas de violencia en la sociedad tradicional y moderna.
Pienso que es posible tener diálogos de este nivel a diario en los salones de clases, no solamente del nivel superior, sino en todos los niveles educativos, de acuerdo, por supuesto a la edad y a los progresos académicos. Es necesario vencer la apatía hacia los acontecimientos sociales y hacia la memoria histórica.
También es necesario editar a los autores, nacionales y por qué no centroamericanos, latinoamericanos y universales para poder distribuir sus obras en las escuelas públicas y en las bibliotecas a nivel nacional. Debe haber un catálogo, con estudio y análisis previo, que sean lecturas necesarias para las niñas y los niños de Honduras.
Conocer los conceptos sin conocer los hechos es casi como no conocer nada, y creo que la literatura en ese sentido puede ayudar muchísimo a contar las historias que nos llevarán a hablar de los temas.
Hay un par de acontecimientos en la historia de Honduras que todavía no se cuentan o no se cuentan los suficiente, digo suficiente porque importan también los puntos de vista y las diferentes voces.
Este estribillo que rezamos los que nos dedicamos a las letras que dice que “hay que leer” responde a esta idea de que incluso los libros de ficción son fuente de conocimiento. Así que lo invito a que su próxima lectura sea un libro hondureño, puede ser novela, cuento, poesía o teatro (esta se puede ir a ver) no importa.