Hoy quiero referirme a dos historias que ahora son contadas como leyendas, pero que en su momento, en las escuelas y en las calles fueron verdades o cuando menos rumores muy fuertes que nos hacían sentir muy orgullosos. Hablo de la muerte a traición de Lempira y la oreja de Francisco Morazán.
Una devoción exacerbada hacia Lempira provocó que se reprodujera un error en las escuelas y se difundiera que nuestro héroe indígena había sido asesinado desde lejos y a traición porque los españoles habían mostrado una bandera blanca en señal de paz. La muerte desde lejos y a traición provocaba en nosotros en febril pensamiento de que era un indígena invencible, de que era tan feroz que no habían encontrado los conquistadores españoles otra manera de vencerlo. Aunque el Himno Nacional no relata así el hecho, sí sugiere algunos aspectos de la leyenda que se nos contó.
Fue el historiador Felipe Martínez quien aclaró en primera instancia que Lempira había muerto en una batalla cuerpo a cuerpo y que fue decapitado. No hubo tal pañuelo ni tal plan para vencerlo. Ahora se enseñan, digamos, unos hechos más cercanos a la realidad.
Ahora me referiré a la oreja de Francisco Morazán. Se decía de Morazán que no tenía una oreja, y que esa era la razón por la cual en el billete de cinco lempiras y en general en los retratos que hay de él, está de perfil. Se decía que la había perdido heroicamente, cómo no, en una feroz batalla.
Esto nos daba la idea de un Morazán fuerte, aguerrido, que entrega todo por su nación y que, sobre todo, es capaz de continuar en buena lid a pesar de las dificultades.
A mí lo que me parece de estas dos historias es que los hondureños hemos andado en la búsqueda permanente de una épica, de una historia que transmita lo que nosotros somos como hondureños: de una leyenda fundacional, acaso. Lo hemos hecho a través de la ficcionalización de los personajes reales que más admiramos: Lempira y Morazán. No es casual que estas dos historias los involucren a ellos.
Y pienso que a pesar de que se difundían en las calles e incluso en las escuelas, estos relatos cumplían más que una función histórica una función literaria, si se quiere cultural, a favor del enorgullecimiento de nuestra identidad nacional. Para mí es simple, buscamos esa épica fundacional porque no la tenemos. No existe un cantar, una novela, un poema que nos funde como nación.
Es posible que ahora se busquen unas épicas modernas, ¿por qué cree que cuando la H, como conocemos a nuestro equipo nacional de fútbol, tiene un triunfo histórico nos alegramos tanto? Basta, a veces, con que Luis Palma anote un gol en la Champions League o que Choco Lozano le anote al Real Madrid. Ni hablar de que Téofimo sea campeón mundial de boxeo o Mauricio Dubón Guante de Oro de las Mayores del béisbol en los Estados Unidos. Esto por hablar del deporte.
Los pueblos siempre han necesitado de historias épicas, que los llenen de orgullo. Recuerdo que una vez les explicaba a unos estudiantes que el proceso de independencia de Centroamérica fue pacífico, en relación con otros procesos de independencia en el continente como afirma el historiador Carlos Puente Marín y la reacción que recibí fue: “Qué aburrido”.
Hemos buscado quizá no una épica, pero sí una vanagloria nacional en afirmaciones como que nuestro himno es de los más hermosos del mundo, nuestra bandera también y que en Honduras se habla uno de los mejores españoles de América. Yo pienso que seguiremos buscando esa historia que nos llene.