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Arrepentimiento, perdón y reparación

Me parece que al menos en un par de ocasiones, David Chávez, presidente del Partido Nacional, ha tenido el gesto de pedir perdón por los errores cometidos en el gobierno anterior. No deja de albergar cierta ironía este gran descubrimiento de parte de quienes parecían no tener ojos más que para adentrarse en un camino que estaba plagado de señales de advertencia.

La institucionalidad pudo haberles defendido de sus mismas ambiciones, en un gobierno democrático para eso está, sin embargo, fue desmantelada siguiendo un plan ejecutado con la maestría de un campeón de ajedrez. Se fueron colocando peones ciegos, sordos y mudos cuya conveniente negligencia o complicidad terminó por consumar lo que ahora se lamenta.

Pedir perdón es, en la mayoría de casos, un gesto necesario y el comienzo de la justa rectificación. Sin embargo, no debemos olvidar una importante lección sobre la virtud de la justicia: para que el arrepentimiento sea sincero debe incluir la pronta e inmediata restitución o reparación de los daños causados. Y esto no de modo genérico, sino ateniéndose incluso a las leyes aritméticas: “Fulano de tal (hurtó, robó, defraudó, se apropió, tomó prestado, etc.) tanto” y la misma cantidad tendrá que devolver; hasta el último centavo.

Los entes de justicia que evaden sus responsabilidades también saben que “Hechor y consentidor merecen la misma pena”. Para estos últimos también es interesante recordar que existen los errores de omisión que pueden tener la misma o incluso mayor gravedad por las consecuencias que comportan. En muchos casos se suma a la negligencia culpable la violencia social provocada y el no menor daño del mal ejemplo o la desconfianza en el aparato estatal que podría producir un sistema judicial penetrado por la corrupción.

Existen otras clases de daños, como la pérdida de vidas humanas o la destrucción de la buena fama, que hacen de la restitución un tema sumamente complejo que escapa por completo a la justicia humana. En estos casos, el peso sobre la conciencia de los transgresores es tan grande que solamente puede ser dejado en las manos de Dios, el único cuya misericordia es capaz de transformar el arrepentimiento sincero en un principio de justificación.

Necesitamos aprender a perdonar y a pedir perdón para restablecer la hermandad y convivencia en la sociedad hondureña. Pero esto es imposible de conseguir sin atender a algunos aspectos involucrados con la virtud de la justicia, de la que solo menciono unos cuantos. También es verdad que no debería permitirme cometer la injusticia de meter en el mismo saco a todos los funcionarios del anterior gobierno; me consta el caso de varios amigos que son más conscientes que yo de estos temas que comento y estoy seguro de que los han vivido bien.

Pedir perdón presupone el arrepentimiento y este es precedido casi siempre por un atento examen que concreta y puntualiza a qué errores se refiere el presidente del Partido Nacional. Para evitar tomar esta petición de perdón como un acto demagógico del que se quiere sacar ventaja, valdría la pena que los nacionalistas sinceros ahondaran en estos temas y, en todo caso, aplicaran la respectiva restitución. Gracias a Dios existen muchas formas de hacerlo.