Columnistas

La década canalla

La de 1980 fue titulada con justicia “la década perdida” pues ocurrieron a la vez sucesos trascendentes y relevantes que modificaron —usualmente para mal— la existencia de los habitantes de América Latina y en particular del istmo centroamericano. El precio de venta de productos primarios del área (típicamente agrícolas) cayó en el avorazado mercado internacional; hubo desequilibrios en cuentas fiscales y balanzas de pagos teniendo que recurrir los gobiernos a groseros endeudamientos externos; atacó la inflación (excepto en Belice), dándose en varias naciones masivos desplazamientos de gentes al norte más conflictos armados (guerrillas, la Contra nica de Reagan y la prostitutio militar en Honduras) que ocasionaron el deceso de quizás cien mil personas.

Obvio que por inseguridad la inversión privada, interna como externa, se fue al suelo, situación que aprovechó la alta banca agiotista para facilitar enormes ocultamientos y fugas de capitales. Severísimo desastre que adicionalmente sirvió para justificar la subsiguiente y meditada fase de dominio y sujeción: el neoliberalismo iniciado desde 1990, fenómeno del que en Honduras fueron líderes Rafael L. Callejas y su Partido Nacional, duramente conservadores.

La maldita década fue peor en Honduras ya que incluyó, por mano estatal, asesinatos y desapariciones de sindicalistas, activistas sociales y subversivos, agregado a la entrega del territorio y la soberanía para guerras ocultas cocinadas por Estados Unidos contra dos hermanos, Nicaragua y El Salvador. Se violó la constitución y se quebrantó todas las normas cívicas, políticas, éticas y morales, las promesas, los códigos y los diez mandamientos. Fue una era de cinismo y corrupción, de mentira diaria en labios de los funcionarios públicos, así como de complicidad por parte de la iglesia y la sociedad misma.

Pero faltaba lo peor, la presente década, en donde no sólo se ha multiplicado toda esa basura y asquerosidad arriba mentada sino adicional el ladronazgo gubernativo más crudo y vulgar de todos los tiempos, añadido a la conversión del Estado en agencia narco criminal.

Jamás, ni en tiempos del sátrapa modelo, Carías, había acontecido deterioro social semejante. Los cachurecos de los años cuarenta viciaban al poder para disfrutar de sus privilegios y mando sobre el pueblo y sus hurtos lucen ridículos comparados con los de hoy. Los del presente emputrecen al poder por los mismos y viles atributos pero además asaltan, expolian, hurtan, saquean al erario a diestra y siniestra cual salteadores de monte y abigeos hasta hace poco ensalzados por el capelo, como permanentemente acompañados en sus delitos por ciertos pastores y “profetas”. Tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata, sentencia el pueblo.

Suman ya doce años de canallada permanente e institucional y allí estarán, allí continuarán los cuatreros hasta que, como ya es exigencia divina, los eche la violencia popular pues nunca dejarán ni abandonarán el poder por voluntad propia. El vicio se incrementa en modo exponencial, jamás se corrige a sí mismo. Se le debe latigar y exorcizar para que salga del templo de la república y del altar patrio. Pero, ¿tiene voluntad el hondureño para ello?