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La eternidad no basta

La mañana que se levantó el juez Kevin Castel para sentenciar a cadena perpetua a Juan Antonio Hernández, no se imaginó que el golpe de su martillo era un puñetazo a la conciencia de funcionarios judiciales de este país, que miraban a 'Tony' como un ciudadano ejemplar, ya que ni siquiera una multa de tránsito había tenido en su vida.

Además, esa mañana, el juez Castel habría de refundar un nuevo ciclo para el Estado de derecho en Honduras.
—Se demostró que más allá de la duda razonable, Juan Antonio Hernández es culpable de los cargos en su contra —decía impasible el juez; quien, con sus dedos de cirujano, señaló los testimonios de cinco cooperadores presentados por los fiscales. —Usted tiene el derecho de apelar la sentencia —remató.

Y es verdad, pese a que un exnarcotraficante que testificó en el juicio asegura que más allá de él, su hermano el presidente recibió un pago de un millón de dólares por parte de Joaquín 'El Chapo' Guzmán, a través de 'Tony', justo cuando Juan era candidato a la presidencia, algo que últimamente se ha vuelto una conspiración masiva de drogas que llueve de las ganancias del polvo y las estrellas.
Sin embargo, a 'Tony', lo que lo desbarató fue ese dedo, esa sentencia y esa rigidez de la ley, pues agachó la cabeza y con la voz perdida en el entorno de un silencio atroz dijo: 'No me sentía preparado para ser sentenciado este día'. —El jurado ya lo había hallado culpable desde octubre de 2019 —respondió el juez sin dirigirle la mirada. 'Tony' Hernández, vestido con uniforme azul oscuro de preso, estaba pálido. Se tocaba las manos sobre la mesa y mantenía la mirada baja. Esculcando algún recuerdo que lo hiciera reaccionar en los días que vienen, como cargando una piedra enorme sobre sus espaldas, se mantenía apenas de pie.
—Usted pudo haber seguido un buen camino como abogado y congresista —manifestó el juez con serenidad—; pues es joven y tiene a su familia, sin embargo, —usted se dedicó a traficar droga junto a otros y a aceptar sobornos —sentenció el juez ya con el rostro endurecido y sin ánimo de hablar.
—Esto es, de hecho, tráfico de drogas promovido por el Estado —dijo el juez con pena ajena de 9 millones de hondureños resignados a que otro país les haga justicia.
Desde ese día empezaba la gran cadena, mientras el juez Castel, del Distrito Sur de Nueva York, aceptaba la petición de la fiscal Audrey Strauss, para el decomiso de USD 138.5 millones de dólares, que el mismo Castel, con la firmeza de un abuelo a su nieto le dijo: 'Es un dinero ensangrentado'.
Un dinero manchado que ha recorrido nuestro país, como cometas en el viento hediondo de la corrupción y el narcotráfico que también señala al administrador de la República, su hermano y tutor Juan, quien ha sido indicado a lo largo de los meses en documentos judiciales y se volvieron a repetir muchas veces en un tribunal infestado de narcotraficantes.
Juan, acorazado con la Casa Presidencial, en vez de usar la razón, ha usado el Twitter para desmentir las acusaciones una y otra vez, montando con sus fieles de garra, una rueda de prensa para repetir la misma historia ya gastada, aburrida y sin ninguna señal de verdad, aunque sea a medias.
Juan asegura que las acusaciones son falsas por parte de los narcotraficantes y asesinos que buscan «venganza», que quieren reducir sus sentencias y un largo etcétera que arrastra una lástima que da risa, como en un circo de baratijas e inocentadas enmascaradas de payasos, en un espectáculo bizarro, lúgubre y vergonzoso.

—Espero que pueda reflexionar en la cárcel —dijo el juez Castel a 'Tony' en una despedida ya lejana tras dictar sentencia—; quizás pueda usted hacer todavía algún bien a su familia y a su país.
Pero, para eso falta mucho, y ya sabemos que la eternidad no basta.