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La educación en tiempos de pandemia

La historia de la humanidad registra una serie de pandemias y sus efectos. El estudio de esta historia nos permite situar las características concretas que han marcado cada una de ellas. En todas han existido mitos y verdades.

La experiencia nos ha enseñado que las pandemias generan pánico e incertidumbre. Se asume que hoy con el desarrollo de la ciencia, la distribución de información y el nivel cultural de la gente, las cosas deberían ser más amigables. Sin embargo, pánico e incertidumbre parece ser una constante en nuestra vida cotidiana.

Hoy como antes la gente le tiene pánico a la pandemia. La pandemia que actualmente estamos viviendo afecta todas las esferas de nuestra vida en sociedad. Nos ha cambiado desde las pequeñas hasta las grandes cosas.

La educación es una de esas esferas que sufrirá importantes cambios tanto en el campo pedagógico como en las relaciones sociales. Al respecto hay tres aspectos que hay que tomar en cuenta para pensar la educación en tiempos de pandemia: un primer aspecto tiene que ver con el contexto social donde se desarrolla el proceso educativo.

El contexto social condiciona de manera significativa lo que pasa en nuestras escuelas. Hay quienes sostienen que las pandemias tienden a igualar a la gente. Afirman que las pandemias no respetan a ricos y pobres, no respetan religión, raza u otras diferencias.

En suma, sostienen que esta pandemia es una especie de “crisis sanitaria democrática”. Sin embargo, nuestra realidad en el campo educativo nos muestra que la que más va a sentir el impacto de la pandemia es la población pobre.

Cada día se reflejará que los pobres van a tener una educación todavía más pobre durante y después de la pandemia.

Por el condicionamiento social, generalmente las escuelas públicas están lejos de lo mínimo que se requiere para que un país salga de la pobreza. La escuela se convierte así en una institución que refuerza la pobreza.

El gran desafío de nuestras escuelas hoy es cómo hacer para que no se reproduzca esa pobreza. Los docentes deben ingeniar procesos para buscar alternativas que permitan compensar las desigualdades sociales y pedagógicas con las que llegan los alumnos desde sus familias.

En segundo lugar, hay que analizar el lugar que ocupa la tecnología en el proceso de enseñanza aprendizaje. Aquí hay ciertas características que se pueden resaltar: la incorporación de las TIC en el proceso educativo es un fenómeno que requiere ser analizado desde dos perspectivas distintas pero complementarias.

Primero, está lo relacionado con la “brecha digital” y la “alfabetización digital”; en segundo lugar, el uso de las TIC en los procesos de enseñanza y aprendizaje. La “brecha digital” y la “alfabetización digital” están directamente vinculadas con las condiciones de desigualdad social de la población hondureña.

En Honduras existe una “brecha digital” importante. Hay una gran mayoría de hondureños que no tienen acceso a las TIC y en consecuencia se quedan al margen de los beneficios que estas traen. Lo más generalizado es el uso de teléfonos celulares que de forma limitada pueden tener acceso a internet.

Por otro lado, está lo relacionado con el uso de las TIC vinculadas al mejoramiento de la enseñanza y el aprendizaje.

La experiencia recorrida en América Latina nos deja una clara lección: la incidencia de las TIC en la mejora de los aprendizajes está condicionada por varios aspectos. Uno de los aspectos más importantes es el relacionado con los docentes.

Los docentes tienen diversas maneras de enfrentar los nuevos desafíos que generan las TIC en la escuela. Con esta pandemia, todos los docentes deben convivir con el uso de la tecnología para desarrollar procesos de enseñanza. Sin embargo, deben trabajar y luchar con esas desigualdades sociales.

En tercer lugar, hay que analizar el papel que han jugado los docentes en este tiempo de pandemia. En principio hay que aclarar que la docencia es una de las profesiones que genera mayor estrés laboral. En el marco de la pandemia este fenómeno se ve más pronunciado.

Hoy el que ejerce la docencia no solo debe preocuparse por el aprendizaje de sus alumnos, sino por la crisis sanitaria en que viven tanto sus alumnos como su familia. Hace casi tres meses que los docentes están trabajando con sus alumnos con diversas alternativas tecnológicas y pedagógicas. Los resultados varían según la brecha digital y la creatividad tanto del docente y las condiciones sociales de los alumnos.

El problema es que esta enseñanza parece no tener un rumbo claro. Hay una autoridad educativa que afirmó que lo que los docentes estaban haciendo era entreteniendo a los alumnos y que, por tanto, no se podía evaluar. Un esfuerzo como el que han hecho los docentes no se puede tirar a la basura.

Lo que hacen los docentes no puede interpretarse como una actividad de entretenimiento. Los docentes son profesionales cuya función principal es la de enseñar, no la de entretener. El problema es que las autoridades educativas han sostenido que lo que se necesita es entretener y no enseñar. Eso es lo más grave. La enseñanza sin un proceso adecuado de evaluación carece de sentido.

La evaluación permite que la formación adquiera sentido, sobre todo en tiempos de pandemia. Por ello la evaluación debe ser creativa, significativa y promotora del pensamiento crítico, así como la autonomía académica y personal.

En un país en donde el ministro de Educación parece ser más un distribuidor de bolsas solidarias que promotor y diseñador de políticas educativas viables y sostenibles, el trabajo de los docentes es doblemente complejo. Los docentes han logrado que madres y padres se incorporen al trabajo pedagógico.

Hay evidencia de que los alumnos se han comprometido más con su proceso de aprendizaje. Por ello, cada día más el trabajo docente ocupa un lugar protagónico y fundamental. Este último aspecto no requiere discusión.