Columnistas

Hijo, todavía lamento tu partida

Siempre creí que nunca escribiría algo sobre la muerte, especialmente de un hijo, porque no lo hice por la partida hacia lo desconocido de mi madre ni de mi padre, seres a quienes adoré y con quienes mantuve una gran amistad y confidencia vivencial.

Este mes cumplirías 45 años, después de un poco más de cuatro años de tu accidente automovilístico fatal porque te dormiste al timón, desvelado y con una enorme presión de trabajo, siento que eres mi pequeño, mi primogénito que nunca dejaste ser mi bebé, pese a tu edad y a tu altura superior al metro ochenta con más de doscientas libras de peso.

Quizás sea cursi, pero siento un profundo dolor, todavía pese al paso al tiempo, te lloré pero estimo que no lo suficiente y, cada vez que sueño contigo, procuro darle vuelta a la pesadilla y tornarla alegre como era tu carácter.

Siempre estaré agradecido contigo porque sentí tu despido, al momento de dar tu último hálito de vida, pues a pesar de estar profundamente dormido, desperté sobresaltado de la cama en que dormía, solitario allá en la casa de campo -finca- hasta donde, a menudo, llegabas de vacaciones o para traerme algo que sabías que me gustaría o que necesitaba.

Siempre sentí que del fondo de tu ser había sinceridad, en los abrazos de bienvenida o de partida que me dabas y, del trato amable y profesarme amor de hijo, cuando llamabas por el móvil casi todos los días, para hacerme ver dónde te encontrabas o qué hacías, a cualquier hora del día o de la noche, lo cual me confortaba y posibilitaba que mi permanente preocupación se alejara de mi interior.

Estoy seguro que a tu madre y a tus dos hermanos les mantiene el mal recuerdo de tu partida y ellos se consuelan con visitarte a tu tumba, allá en la capital, mientras yo solamente mantengo en mi mente el triste momento de despedirme de ti al cerrarse la misma.

Quizás no vuelva a escribir de mi sufrimiento por tu partida, pero hoy considero que hacerlo es una forma de reducir mi pena, pero creo que me engaño y me miento a mí mismo esperando que esta columna la veas como cierto homenaje a tu memoria.

Los bonitos recuerdos se mantienen en mi cerebro y, a menudo, recurro a ellos para endulzarme el amargo dolor de tu partida, hacia ese lugar que nadie conoce y que todo mundo habla de él con plena seguridad, a ese cielo y a ese infierno que fue creado entre nosotros a sangre y fuego y, en el siglo pasado, por recomendación de una comisión especial, presidida por un personaje de voz ronca y de origen alemán, para domesticarnos, siendo ahora una industria comercial, miles de años después de que nuestros ancestros creyeran en los designios de la naturaleza.