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El encabezado de este artículo fue título de una famosa canción interpretada por una joven cantante mexicana, la cual refiere sobre un dulce amor, pero lleno de engaños y embustes por la contraparte masculina.

La contradicción en el título de esta canción nos sirve hoy para ilustrar la similar situación que la agroindustria del azúcar mantiene en su relación con los consumidores hondureños, una relación llena de engaños
y desinformación.

A la denuncia de un conocido alcalde de la zona sur sobre los enormes daños al medio ambiente derivados por la operación de esta agroindustria, estos han mantenido una millonaria campaña pública derrochando melíficos conceptos sobre sí mismos y “la Honduras que queremos”, apegados a la letra de la dulzona canción que en 1996 deleitó e hizo bailar a millones.

Lo que la agroindustria azucarera no nos dice es que los daños al medio ambiente, a la fauna y a la salud de las personas por su acción directa y la inexistente responsabilidad hacia el consumidor, son mucho mayores que las supuestas bondades vociferadas. Ellos contaminan la atmósfera del país con millones de toneladas de CO2 por las quemas que todavía practican para “limpiar” el campo previo a la cosecha. No revelan que ellos han sido responsables directos, junto a otras empresas agroindustriales, de la desaparición del río Choluteca en ciertos tramos de su recorrido hacia al mar, como se estableció en la denuncia referida.

Tampoco reconocen la participación directa en el deterioro paulatino de la salud de las personas, especialmente de la niñez, a través de su producto final. Según los registros del Instituto Nacional del Diabético (Inadi), a fines de 2018 en nuestro país había alrededor de un millón de personas padeciendo de diabetes mellitus tipo 2. El subregistro podría elevar esa cifra a 1.5 millones. ¡Se diagnostica un caso de diabetes cada hora en el país! La presión que esta enfermedad genera en los recursos financieros, humanos y tecnológicos del sistema de salud es enorme.

Aun con todos los males expuestos, la industria azucarera cacarea sus anuncios tratando de destruir la verdad. A ellos no les importa los consumidores ya que no hacen ninguna advertencia en sus viñetas sobre este producto que es cuatro veces más adictivo que la cocaína y peligroso para la salud pública, en especial para
la niñez.

¿Pueden sacrificarse las vidas y el entorno de las personas para satisfacer un gusto adquirido por un producto que no es esencial? ¿Serán socialmente responsables estas empresas destructoras del medio ambiente y la salud pública? Para ambas preguntas, la respuesta es un rotundo NO. ¡No al engaño publicitario de la agroindustria azucarera! Tenemos que hacer algo al respecto. No necesitamos el azúcar, especialmente el azúcar producido aquí por una agroindustria irresponsable con el consumidor. ¿Azúcar amargo? No, gracias.