Editorial

Nosotros que nos odiamos tanto

Si pone en Google la pregunta “¿Por qué nos odiamos tanto?” aparecen 6,610,000 entradas, entre obras de teatro, películas, canciones, libros, opiniones, noticias; nosotros no necesitamos tanto en Honduras, por estas semanas hemos demostrado algo parecido en el Congreso Nacional, en el fútbol, en las protestas de las calles.
Hace tiempo perdimos la razón, el entendimiento, y puestos a aclarar, todos tienen argumentos que creen válidos, legítimos, para odiar al otro. El azar y este oficio de palabras me llevan a un café, una conversación, un encuentro con actores de todos los bandos, y es sorprendente cómo cada uno pretexta que está del lado correcto de la historia.
De hecho, son tan fuertes la división y el rencor que escribir este artículo puede ser odioso para las dos partes, quieren todo radicalmente de su lado y, por supuesto, ser neutral es inaceptable. Estos párrafos tampoco pueden aspirar, como Prometeo, a robar el fuego de los dioses y devolverlo a los hombres, solo mostrar una preocupación patente.
Por ejemplo, ya que el Congreso Nacional nos representa a todos, al menos en teoría, muchos quisiéramos que fuera una aduana del pensamiento, una cátedra de argumentos, un corro de lucidez, del que todos aprendiéramos; en cambio se notan más los abusos, imposiciones y trampas de un lado, y los pitos y trompetas del otro; la solución a puñetazos.
El fútbol, escape de la cotidianidad, emociones compartidas, resalta más lo bocazas de sus entrenadores que sus tácticas de juego; la rivalidad de la cancha pasa violenta a las graderías; llega a la calle para toparse con otros iracundos: policías con armas, gases y mal entrenados.
Se organizan también las protestas, como todo el tiempo, como en todas partes, esta vez por la salud y la educación pública, ¿quién podría estar en contra? Pues los había. No irían los maestros y médicos rompiendo vidrios y saqueando tiendas, era otra cosa, “infiltrados” coincidían todos.
De estas tres confrontaciones y mil más en la atmósfera nacional, emerge un lenguaje hostil, descalificador, hiriente, rencoroso, que pinta al hondureño en dicotomías horrorosas: buenos y malos, violentos y tolerantes, fascistas y ñángaras, transparentes y corruptos, en fin.
Este incombustible comportamiento, agresivo, vituperador, de líderes políticos, dirigentes gremiales, figuras del deporte, personajes públicos y hasta de guías religiosos, se nota irreductible en el barrio, en la calle: la militancia segrega, el ciudadano se cae mal, pleitos hasta por las bolsas de basura, ceder el paso o hacer fila. Como si no nos soportáramos, como si nos odiáramos.
Sobra repetir aquí la cantidad de problemas graves y urgentes que tenemos, pero seguro que el camino más corto para solucionarlos no es matándonos.
¿Quién tendrá la entereza y magnanimidad para proponer un armisticio? A saber. Eso está entre imposible e improbable; en la calle lo dicen de otra forma.