Columnistas

Independencia y desencuentros

Septiembre también remarca la implacable división de los hondureños: algunos pensarían que la conmemoración de la Independencia podría reunirnos a todos alrededor de una fiesta nacional, pero no. Los que están a favor tratan de acomodarse a lo que hay, participan jubilosos de la efeméride; los que están en contra son puntillosos y torpedean cualquier celebración. Cada uno con sus razones, eso sí.

La discordia se nota desde el mismo concepto político de independencia, ya sabemos, es la restauración de un país al separarse de otro que lo sometía; por eso los desfiles, la ceremonia oficial y el entusiasmo de muchos ciudadanos, que recuerdan la emancipación de España. Pero el tiempo, que casi todo lo puede, evolucionó el principio, para transformarlo en el derecho de autodeterminación de los pueblos y la no intervención; aquí coinciden muchos para refutar la celebración con su reclamo ¿cuál independencia?

Después llega la contrariedad por la participación de las palillonas, que lo han hecho desde que nos acordamos; no falta alguien con quejas moralistas para decir que la falda va muy corta y los movimientos atrevidos; o quienes rechazan por feminismo, humanismo o culturalmente la exhibición impúdica de las chicas; y los que aprecian, disimulados o absortos, la belleza de las jovencitas, que al final se convierten en uno de los mayores atractivos de los desfiles patrios, así los llaman.

Y qué decir de la interpretación musical, cada vez menos se llaman bandas de guerra y pasan a bandas rítmicas: ese bullicioso grupo de muchachos, que suena esencialmente redoblantes, trompetas, liras, trombones, platillos y bombos, para ponerle ritmo a los desfiles. Hay quienes exigen el tradicional tamborileo que nos sabemos de memoria; o los que quisieran escuchar música folclórica hondureña; y los que se engolosinan cuando tocan las canciones populares de cantantes de moda. Hay para todos los gustos.

Por esta época también se multiplican los mensajes y las anécdotas de héroes y próceres; algunos reales y otros creados en aquellos tiempos en que se construía la patria y era necesario sustentarla en simbolismos, para defender el ideal liberal. Ahora tocan el Himno Nacional y a cada rato mencionan a Valle, Morazán, Cabañas, y tantos otros, que ya no sirven de ejemplo, son solo como reminiscencias de una antigua y memorable película épica.

También hay confrontación relacionada con la vexilología, esa disciplina que estudia las banderas y estandartes. En el Congreso Nacional propusieron, no cambiarle el color, si no el tono de azul al pabellón nacional a como dice la ley; para que no icen oriflamas del color que se les ocurra, que van desde el cobalto hasta el celeste. Azul maya y punto.

Hace tiempo un diputado recomendó en el Legislativo cambiar la letra del Himno Nacional: le pareció impersonal decir “Tu bandera” y prefería el posesivo “Mi bandera”. Años después, alguien consideró violento eso de “marcharemos ¡oh patria! a la muerte”, o “serán muchos, Honduras, tus muertos”. En la Francia, que inspiró la Independencia y este canto, también rehúsan de su famosa y agresiva Marsellesa: “Vienen a vuestros mismos brazos a degollar a vuestros hijos y esposas”, o “¡Marchemos, marchemos! ¡Que una sangre impura inunda nuestros surcos!” Pero con sus estrofas de rompe y rasga, los himnos no valen por lo que dicen, si no por lo que representan.

Al favor o en contra, al final todos recordamos nuestros propios 15 de Septiembre, entusiasmos o angustias infantiles y juveniles, cuando éramos más iguales. Un día se cumplirá el sueño de siempre, que algo nos vuelva a reencontrar como compatriotas en un país justo y respirable.