Me gustaría compartir con usted, querido lector, la incalculable experiencia como estudiante de la carrera de Ciencias Sociales de la UPNFM de San Pedro Sula. Debo decir que, en cuatro años de estudiante universitaria, si algo me sobró fue curiosidad y sed de saber más y más, tanto que llegué a considerar la universidad como mi segundo hogar, y a su biblioteca como mi habitación, donde solo tomaba libros y me sentaba en mi plácida silla.
Años donde tuve la fortuna de conocer a todo el personal docente de mi carrera, y no digo conocerlos solamente de forma académica, sino personal, los cuales considero que en estas líneas, dedicadas con mi incondicional aprecio hacia ellos y ellas, no creo hacerles justicia, puesto que, cualquier palabra articulada o escrita en estas líneas es poco en comparación con tantas enseñanzas, tanto conocimiento que me otorgaron con mucha modestia y empeño. Recuerdo el primer día que recibí orientación como requisito para el ingreso a mis clases.
El rector dijo: “Bienvenidos a la fábrica de sueños...”, frase que no me pareció apropiada, pero en el transcurso del tiempo se afirmó en mis metas académicas. Sin mis estimados docentes, los sueños no hubiesen sido posibles. Reina, me repetía mi profesor Ángel Jiménez, “el conocimiento es poder”. “No tengas miedo a triunfar, tampoco al fracaso”, me dijo el profesor Maldonado. Mi estimada Dra. Paola con “Reina, nunca se rinda... Nunca”.
Puedo externar orgullosamente que recibí cátedras maravillosas de profesionales que en el calor del debate sacaban lo mejor o lo peor de nosotros, para que expresáramos nuestras ideas, motivándonos de esta forma a cultivar el hábito de lecturas de carácter sociológicas, económicas, en fin, hablar fuera de clase con ellos era como estar sentado en primera plana o en palco en una disertación de los hombres y mujeres más iluminados del mundo. Cada palabra que enseño en las aulas de clases está impregnada de ellos. Gracias, maestros queridos.