El mundo se conmueve ante las tragedias cíclicas que acaecen en los Estados Unidos, como resultado tanto de la facilidad para adquirir armas de fuego por parte de cualquier persona con la capacidad económica para comprarlas como de la glorificación de la violencia en los medios masivos de comunicación.
La más reciente masacre ocurrió en Newtown, Connecticut, en donde un joven asesinó a sangre fría a más de treinta personas, entre escolares, maestros y su propia madre, para luego suicidarse.
Esa tragedia motivó al presidente Obama a presentar un proyecto de ley para regular la adquisición de armamento, incluyendo fusiles de asalto.
Lamentablemente, sus buenos propósitos fracasaron en el Legislativo, debido a que muchos senadores y representantes de ambos partidos políticos financian sus campañas electorales con fondos otorgados por poderosos e influyentes intereses económicos, entre ellos la National Rifle Association, organización que representa a los fabricantes y vendedores de armas de fuego a nivel nacional.
La justificación legal esgrimida por quienes se lucran con la fabricación y tráfico letal y altamente rentable se fundamenta en una de las primeras enmiendas a la Constitución estadounidense, que otorga el derecho de portación de armas a la ciudadanía; empero, esa cláusula fue inserta en la Carta Fundamental en los momentos en que la independencia de la nueva nación, proclamada en 1776, estaba amenazada por la reconquista británica de las trece colonias.
Hace tan solo unos días, de manera accidental, un infante de cinco años disparo y mató a su hermanita de dos años con un rifle diseñado para niños en la comunidad rural de Burkesville, Kentucky.
Desde temprana edad, millones de estadounidenses son iniciados en la manipulación de armas de fuego, por lo que al llegar a la adultez ya han alcanzado tanto destreza como adicción a la adquisición de armamento, con resultados muchas veces fatales tanto para terceras personas como para ellos mismos y sus familias.
Así, la cultura de la violencia, practicada dentro y fuera de sus fronteras, cobra miles de víctimas cada año, sin que los intentos por regular su compra fructifiquen debido a las enormes sumas que representa su venta indiscriminada, alimentada por los negociantes del dolor y el luto vinculados financieramente con influyentes políticos.
Por desgracia, inéditas tragedias aguardan a la vuelta de la esquina, en tanto no se logre subordinar el interés particular ante el bien común y la seguridad colectiva, individual y global.