Crisis política global: ¿amenaza real o parte del ciclo democrático?

Aunque las democracias del mundo enfrentan retos globales, expertos aseguran que no se trata de un colapso, sino de desafíos cíclicos y nacionales

  • 17 de enero de 2025 a las 22:33
Crisis política global: ¿amenaza real o parte del ciclo democrático?

Por Serge Schmemann/The New York Times

Suele escucharse en la actualidad que la democracia está en crisis.

La elección de Donald Trump y las noticias de zozobra política en otras democracias han creado la impresión de que la democracia liberal está en retirada frente a autoritarios que se alimentan del descontento por los problemas económicos, el cambio social, la migración masiva, la desinformación y el malestar general.

Austria podría tener su primer Canciller de extrema derecha desde la Segunda Guerra Mundial. Francia lleva cinco Primeros Ministros en tres años, Alemania se encamina a unas elecciones que el Canciller seguramente perderá, el profundamente impopular Primer Ministro Justin Trudeau de Canadá renunció bajo presión de su propio partido, un Gobierno postfascista gobierna Italia y Viktor Orban de Hungría sigue pisoteando la democracia. En otros lugares hay noticias más preocupantes —de Israel, India y Corea del Sur.

“Es difícil viajar por Europa hoy en día, o incluso vivir en Washington, sin reconocer que la democracia liberal está ahora en serios problemas en el mundo”, escribió una vez un columnista del New York Times. “Vivimos en una época de dudas generalizadas sobre la capacidad de las sociedades libres para abordar los problemas económicos, políticos y filosóficos de la era”.

Muchos lectores estarían de acuerdo. De hecho, muchos lo hicieron en junio de 1975, cuando James Reston escribió esas palabras. Pero la democracia no zozobró entonces, y si bien no hay duda de que hoy enfrenta serios desafíos, otra cuestión es si la democracia liberal está en peligro de colapsar.

El descontento popular en las democracias occidentales puede tener fuentes muy similares, pero las consecuencias políticas son tan diferentes como los líderes y sistemas de cada país. Y, en última instancia, son los líderes quienes dan forma a los desenlaces, sostiene Larry M. Bartels, codirector del Centro para el Estudio de Instituciones Democráticas de la Universidad de Vanderbilt, en Tennessee. Sugiere que la opinión pública es menos una ola activa que una reserva pasiva a la que responden los líderes —o que es explotada por quienes tienen menos principios.

Un análisis separado de las tormentas políticas globales revela sus características y retos singulares, y la forma en que muchas de ellas están arraigadas más en una reacción contra los líderes en ejercicio que en una nueva aceptación de la extrema derecha.

En Francia, el Presidente Emmanuel Macron fue electo por primera vez en el 2017, decidido a cambiar la política francesa, y por eso terminó cambiada. Y si Marine Le Pen, la eterna contendiente de extrema derecha, ha logrado avances, podría decirse que se debe tanto a su éxito en desintoxicar su partido Agrupación Nacional como a un crecimiento del sentimiento de extrema derecha.

En Austria, el Partido de la Libertad, de extrema derecha, terminó primero en las elecciones del 29 de septiembre en una reacción contra los partidos convencionales, pero también tuvo que moderar su tono para llegar allí, y es posible que aún no logre encontrar los partidos de coalición que necesita para formar un Gobierno.

En Alemania, el declive del Canciller Olaf Scholz refleja el fracaso de la coalición tripartita que lideró para hacer frente a la crisis económica del País. Pero eso es política, no un retroceso democrático, y el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania sigue oficialmente tildado de “extremista sospechoso” y rechazado como posible socio de coalición gobernante federal por todos los partidos principales. En Canadá, los electores se cansaron en gran medida de Trudeau y su política progresista.

Orban, hoy modelo del antiliberalismo, era mucho menos radical cuando llegó al poder en 1998, y cambió su ideología en la confusión de las luchas de poder postcomunistas.

La política de Benjamín Netanyahu en Israel y la de Narendra Modi en India tienen menos que ver con el descontento que con factores claramente nacionales. Y en Corea del Sur, los esfuerzos por realizar juicio político al Presidente Yoon Suk Yeol después de su fallido intento para obtener poderes de emergencia pueden en realidad considerarse una victoria de —no un golpe a— la democracia.

Son debatibles las raíces y los peligros de cada uno de estos casos, y colectivamente sí representan un alejamiento de la política progresista. Pero verlos como un amplio retroceso democrático es limitar el horizonte histórico a la era posterior al colapso del imperio soviético. De hecho, la democracia ha sido duramente desafiada a lo largo de su historia.

“Si se compara con la década de 1990, entonces sí, las cosas están empeorando”, dijo Liana Fix, experta sobre Europa del Consejo de Relaciones Exteriores. Pero mirando retrospectivamente como historiadora a las décadas de 1960, 1970 y 1980, dijo: “El panorama luce bastante diferente. Entonces, ¿cuál es el punto de referencia? Sí, la globalización no encierra la misma promesa que en los años 90, y estamos de regreso en una época más conflictiva, pero la era de la democracia liberal no ha concluido”.

La historia de Estados Unidos —la estrella polar de las democracias modernas— dista mucho de ser una historia de unidad y armonía. El País ha soportado repetidas crisis, escriben Suzanne Mettler y Robert C. Lieberman en su libro “Four Threats: The Recurring Crises of American Democracy”. En cada una “el combate político se intensificó al grado que los estadounidenses temieron que el Gobierno colapsara, que la Unión se disolviera o que estallaran disturbios, violencia o incluso una guerra civil”. Algunas de las cuales, por supuesto, sucedieron.

Eso no significa que hoy no haya nada de qué preocuparse en Estados Unidos. Pero aunque los movimientos de derecha en ambos lados del Atlántico atacan a los inmigrantes, el contexto suele ser bastante diferente. Bartels dijo que a pesar de la retórica de los políticos de extrema derecha, las encuestas arrojan que los europeos ven más favorablemente a la inmigración hoy que hace 20 o 25 años.

Que las amenazas a la democracia sean diversas puede no ser un gran consuelo para quienes están preocupados por hacia dónde se dirige. Pero debería ser tranquilizador saber que la democracia no enfrenta un evento de extinción global sino más bien un mosaico de tormentas, y que las democracias generalmente han encontrado una manera de capearlas.

Serge Schmemann es miembro del consejo editorial de The New York Times.

© 2025 The New York Times Company

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