Robos, asesinatos y comodidades: cómo un pandillero dejó todo atrás para servir a Dios
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Le ofrecieron dinero, armas, poder y el amor que no encontró en su hogar. Lo envolvieron al punto de que se sintió tan a gusto y en deuda que decidió marcarse la piel con el nombre de la pandilla para demostrar pertenencia, pero pasó algo en su vida que le hizo dar un giro y reivindicarse. A continuación la historia de “El Pelón Santana” .
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Su piel demuestra lo joven que es, pero a la vez, lo mucho que ha vivido, pues está cargada de tatuajes alusivos a la Pandilla 18, la organización criminal que le abrió las puertas cuando apenas era un niño de 12 años asustado y con ganas de aceptación.
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EL HERALDO Plus visitó el Ministerio Pasión por las Almas, donde ahora el expandillero sirve a Cristo y da testimonio del lugar oscuro de donde lo sacó en sus días más difíciles.
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Mientras ayudaba a acomodar sillas para la reunión en la iglesia, José Castellón, mejor conocido como “El Pelón Santana”, narraba cómo perdió años de su vida sumergido en el crimen y la idea de una falsa familia, que se aprovechó de su vulnerabilidad al provenir de un hogar violento para envolverlo en drogas, crímenes y placeres.
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“Uno le toma cariño a la pandilla, ni un familiar de uno lo atiende como lo atienden ellos, si está pequeño lo cuidan, me dijeron que si quería estudiar, pero yo no quise”, comentó José al periodista de EL HERALDO, la tiempo que contaba cómo comenzó a escalar en la organización, primero siendo “bandera” (quien vigila el barrio o la colonia y alerta a los demás pandilleros ante la llegada de la Policía o la banda contraria)
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Después se volvió un ladrón en los autobuses que cubrían la zona norte de Honduras, donde él vivía. En uno de esos atracos, un guardia de seguridad que viajaba como pasajero repelió el asalto y le disparó en el rostro, luego le propinó dos tiros más y pese a eso, sobrevivió. En ese momento, murió el conductor de la unidad de transporte, que recibió un disparo en el enfrentamiento. Ese es un recuerdo que el expandillero no logrará borrar de su mente jamás.
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Ese hecho ocurrió en 2010 y producto del enfrentamiento el expandillero fue hospitalizado y por ser menor de edad le dieron la medida de casa por cárcel.
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Pero como no dejó de delinquir, rápidamente fue enviado a la correccional El Carmen, donde a pesar de conocer de Dios por primera vez, siguió integrando la pandilla.
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Más adelante, cuando ya era un joven de 18 años, fue recluido en el Centro Penitenciario de San Pedro Sula y ahí decidió que era momento de dar el siguiente paso para convertirse en un pandillero más poderoso y reconocido: someterse a un rito de iniciación y tatuarse con orgullo el nombre del grupo.
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Soportó un paliza de varios pandilleros durante 18 segundos y se tatuó, luego siguió activo en la pandilla y fue trasladado a varios centros penales de máxima seguridad como “El Pozo” En Ilama, Santa Bárbara y “La Tolva” en Morocelí, El Paraíso. Entre cada traslado fue liberado, pero como seguía cometiendo delitos regresaba a ser un reo en poco tiempo.
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Hasta que llegar a La Tolva fue su punto de quiebre, pues al estar aislado de su familia y en gran medida, de los pandilleros que lo incitaban a cometer delitos, comenzó a recapacitar si eso era lo que quería para el resto de su vida y se propuso acercarse a Dios.
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“En febrero de 2020 hice un pacto con Dios, en la celda numero 23, le dije: ‘Señor, solo te pido una oportunidad más, que me des, si me la das, si me sacás de aquí, de esta Tolva, yo te voy a servir por el resto de mi vida, Dios escuchó mi clamor”, rememoró.
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Al poco tiempo, una misión de evangélicos llegó la cárcel para predicar a los reos. Entre ellos, el líder, llamó la atención de José, pues se identificó con él a través de su testimonio. Era como ver a un hombre que vivió lo mismo y ahora estaba hablando de cómo logró salir... Precisamente, lo que “El Pelón Santana” quería para sí mismo.
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“El apóstol dio una palabra, que solo Dios puede cambiar, que solo Él puede con nosotros, se levantó la camisa y vi el ‘XV3’ y dije: ‘Ahí esta, Dios me puede cambiar, agarré ánimos, me empecé a involucrar en los cultos porque ahí se permiten porque a Dios nadie le cierra la puerta”, contó a EL HERALDO.
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Y como si fuese un milagro, mientras José se comenzaba a involucrar en los cultos en la cárcel, todavía no había sido condenado y de repente, lo buscaron para entregarle su carta de libertad. Era un hombre libre y podía cumplir con su parte de la promesa, pues lo demás ya estaba hecho.
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Ahora que salió de la prisión ha decidido colaborar con la iglesia y establecerse en Tegucigalpa, donde predica la palabra de Dios a otras personas que como él, esperan encontrar un camino diferente al de la violencia, las cárceles y la muerte.
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