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El dilema del lenguaje en el arte hondureño

El arte no puede revelar la conciencia del mundo si no es capaz de dinamitar los límites de su propio lenguaje

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13.09.2018

Tegucigalpa, Honduras
Mucha de la producción artística actual evidencia un problema sobre el cual necesitamos reflexionar: me refiero a su lenguaje, es decir, a su forma.

Nuestro arte está muy centrado en los temas o contenidos que se quieren expresar, pero las soluciones para concretar esos contenidos en obra artística no siempre son claras, se mueven en una zona difusa; las decisiones que se toman confunden la realidad con el objeto (la obra), muchos artistas creen que las leyes que operan para captar el mundo real son las mismas que operan para llevar esa realidad a la obra de arte y no es así.

Lenguaje artístico y realidad
El arte basado en la representación de los objetos o del mundo natural parte del principio mecánico de que la mano traza lo que el ojo capta. Esta visión impide que el arte escape de los modos convencionales con que captamos lo existente.

Esta relación transparente entre el ojo y la mano aparentemente no tiene ninguna objeción, porque hemos tenido la falsa idea de que el mundo es conocido con un simple golpe de vista; sin embargo, nuestro conocimiento de la realidad no se establece de manera directa.

Nahuel Moreno, filósofo marxista argentino explica, siguiendo a Piaget, que “el sujeto no puede establecer una relación directa con el objeto de conocimiento, ya que entre ellos media el pensamiento, que es una estructura que el sujeto construye para lograr esa acomodación y asimilación del objeto”.

Lo anterior supone entonces que toda percepción artística de la realidad también es una construcción, esto significa que la percepción de la realidad es ya un tipo de forma, percibimos mediante estructuras lingüísticas, estructuras perceptivas, etc., nunca percibimos de manera inmediata.

Las percepciones inmediatas de la realidad empobrecen nuestro conocimiento del mundo, apenas nos quedamos en el nivel “fenomenológico”, es decir, en el mundo de las formas aparentes. Si el arte aspira a ser una forma de conocimiento requiere superar la inmediatez en procura de lo esencial. Pensar el arte es también pensar en su lenguaje.

El problema se presenta precisamente cuando el artista piensa la obra como una simple continuidad de lo que el ojo ve, o como una simple sensación de lo que siente y piensa, la obra concebida así termina siendo cartelón o afiche.

Si entendemos que la realidad y el conocimiento de ella es compleja, entonces se debe deducir que la obra debe ser igualmente una construcción compleja, porque precisamente se trata de construir una nueva realidad: la realidad artística.

Una modernidad fundada en un lenguaje solvente
El arte hondureño no siempre se movió en lenguajes escuálidos, en Pablo Zelaya Sierra ya existe una clara intención moderna, su lenguaje muestra las influencias de los precursores de la vanguardia europea; su obra “Los arqueros” merece un estudio aparte por la maestría de su retórica. Ricardo Aguilar en su época fue visto como un pintor extraño, la extrañeza estaba en su lenguaje: se movió entre el futurismo, el expresionismo y la abstracción; Aguilar tiene obras como “Carnaval”, “Primavera” y “Dinamismo” que nos hablan en un lenguaje que trasciende la inmediatez de la realidad.

Álvaro Canales, aunque sus referencias críticas sobre la realidad son bastante visibles en su estética muralista, nadie puede negar la poderosa energía de esa pincelada expresionista que a veces se aleja del motivo para ofrecernos bandadas de luz que se mezclan con las representaciones más dolorosas.

Mario Castillo miró los rincones de Tegucigalpa con un lenguaje cubista y pintó ángeles con un expresionismo lírico poco visto en el país, su majestuosidad la alcanza en “Las meninas” y “El sueño de Job”; Ruiz Matute construye una paleta que es uno y todos los lenguajes, su pincel resume gran parte de la historia de los lenguajes modernos en Honduras; la serie sobre “Lázaro” es a mi gusto su testamento pictórico.

Por asunto de espacio no profundizo en este legado que a manera de lenguaje nos dejaron los fundadores de nuestra modernidad.

Arte contemporáneo: el lenguaje de un nuevo contexto
Cuando se abrieron las ventanas para que entrara el aire fresco del arte contemporáneo, entró de todo, pero no todo se resolvió con solvencia. Creo que hubo un mal entendido, se pensó más en cuestionar a la tradición que en examinar el tipo de lenguaje con que nos abriríamos paso dentro de esta contemporaneidad.

De esta manera se creyó que el arte contemporáneo debía prescindir de un lenguaje cuidadosamente elaborado. Está claro que no se pueden tratar estas obras con los refinamientos técnicos de la tradición, pero tampoco es cierto que este arte, por tener su base en lo conceptual, irónico e iconoclasta, no requiere mayor reflexión formal, al contrario, debe articularse en un lenguaje capaz de apropiarse con solvencia de los nuevos códigos de la época.

Son pocos los que han entendido este nuevo reto; la obra de Adán Vallecillo, Dina Lagos, Gabriel Núñez, Fernando Cortés, Leonardo Gonzales, Álex Galo, Miguel Romero, Regina Aguilar, Gabriel Vallecillo, Léster Rodríguez, César Manzanares, Santos Arzú, Xenia Mejía y Darvin Rodríguez, entre otros, muestran que nuestra contemporaneidad no es deudora de un solo género, hay una contemporaneidad escultórica, otra que viene del arte objeto, del video arte y una más que viene de las raíces pictóricas (ya he señalado que se puede ser contemporáneo desde la pintura).

El lenguaje del arte contemporáneo se redefine en un mundo en crisis, volátil y fragmentado, por lo mismo su propuesta debe sustentarse en un lenguaje abierto, relacional y multidisciplinario, sino posee estas características, se evapora como un gesto sin incidencia alguna.

El reto planteado
Queda la tarea de asumir la nueva producción artística desde la perspectiva de un lenguaje más dinámico, sustentado en la investigación, en una nueva conciencia del oficio. Si aspiramos a cuestionar la realidad y a edificar una nueva visión del mundo, el arte debe moverse de lo aparente a lo esencial, y el principio de esa esencialidad está en la redefinición inteligente y audaz del lenguaje artístico.