Tegucigalpa, Honduras
Sonriente, temerario y soñador son algunos adjetivos que definen la personalidad de Marvin Macedo, titular del Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita.
Macedo es extrovertido y cada palabra que pronuncia está empapada de entusiasmo.
Cuando de trabajo se trata, es muy elocuente y puede pasar horas exponiendo un tema, sin embargo, al hablar de su vida personal confiesa que los nervios se apoderan de él porque es algo que no acostumbra.
No obstante, compartió sus experiencias con EL HERALDO en una agradable conversación que compartimos con nuestros lectores.
¿De dónde es originario?
Yo soy originario de El Progreso, Yoro, toda mi familia vive allá, de los Macedo, hasta que me gradué fui el único que vivió en Tegucigalpa.
¿Cómo fue su niñez?
Mi niñez fue maravillosa, lo mejor que hemos tenido mis hermanos y yo fue una infancia muy linda, fue muy sana, con muchos valores. De pequeño yo era muy jurgandillo, como se dice en los pueblos. Fui muy insoportable en la escuela.
Mi mamá siempre estaba allí para responder por todas las picardías que hacía de niño; a mi papá, como era un señor que trabajaba, le tenía más miedo, pero mi mamá siempre estaba para defenderme.
¿Hubo algún maestro que usted recuerde que lo haya puesto en cintura?
Recuerdo al profesor Marcos Tróchez, quien nos enseñó a tomar riendas, igual que a la maestra Lucía Caballero, ella era una señora que nos quería mucho.
¿Qué tan apasionado de las motocicletas es usted?
Me gustan mucho las motos, yo comencé a andar en ellas desde los diez años, pero me retiré de manejarlas porque tuve un accidente serio que me afectó mi pierna izquierda.
¿Cómo sucedió ese accidente?
El accidente lo tuve en mi primer año de medicina en El Progreso, después de venir de un festival de verano en Tela, el accidente lo tuve con un camión que me quitó el derecho de vía, me retiré tres años porque estuve a punto de perderla, mis padres sufrieron mucho, gastaron bastante dinero, me operaron en Estados Unidos y aquí en Tegucigalpa, pero al final todo resultó para bien.
¿Se arrepintió de su pasión por las motocicletas?
Nunca me arrepentí, es una de las cosas que más me ha encantado en mi vida, mi papá me enseñó a conducir en una moto vieja, la motocicleta en la que tuve el accidente, allí la tenemos guardada en El Progreso, era una Yamaha.
¿Volvería a andar en moto?
Es una cosa que no he vuelto a hacer por mi problema en la pierna, pero es algo que me sigue gustando, es más me quiero comprar una Harley-Davidson. A mis dos hijos mayores les he comprado motocicletas, pero a ninguno de ellos les ha gustado. Solo a mi hijo menor, Sebastián, de nueve años, le miro el interés porque ya me ha dicho que él quiere aprender a utilizarla cuando esté grande.
Se dice que los hombres que se conducen en motocicletas tienen cierto encanto con las damas... ¿Es cierto?
Yo creo que en el tiempo que anduve en moto sí me ayudó a ser admirado por las muchachas... bien decía mi suegra que yo no tuviera un defecto... y la verdad que sí es que fui algo mujeriego.
Le apasionan las motos, pero colecciona carros a escala...
Pues mire, desde pequeño me gustaron los carros, aunque lo primero en mi vida son las motos, pero esta es una afición que desde pequeño la tengo, antes eran de madera, pero siempre tuve carros, me gustan los clásicos, pero cuando tuve a mi primer hijo varón empecé a comprar a diario un carro, en la locura que tenía todos los días le compraba un carro.
¿Cuántos tiene?
Tengo unos 200, una parte la tengo en mi casa, otra en la oficina y otra parte la tenemos en El Progreso.
¿Cuánto ha llegado a pagar por uno de estos vehículos a escala?
El último que compré me costó más de cien euros, es un Mercedes.
¿De su colección cuál de los vehículos es el que más le gusta?
Me encanta un Mercedes Benz 500K, de 1936.
¿Y los vehículos grandes le gustan?
He ido a exposiciones de carros clásicos, me gustan, pero a mí me agradan en este tamaño, porque antes invertía en arreglar clásicos, pero ahora ya no.
¿Disfruta apreciar sus carros?
Mis carros son parte de mi felicidad, los contemplo y eso me relaja.
¿Siempre quiso ser médico?
La verdad, antes de ser médico me interesó mucho convertirme en piloto, recibí cursos de aviación en San Pedro Sula a los 19 años, pero solo lo empecé, pero por andar de muchacho ennoviado... ja, ja, ja. Me hubiese gustado porque de niño miraba los aviones, yo juraba que me iba a convertir en piloto.
¿Cómo llega a la medicina?
Nos cambiamos el chip, mis padres hicieron el esfuerzo para enviarme a una universidad en México, pero me regresé a Honduras.
¿Y eso a que se debió?
Fíjese que de un momento a otro me regresé, nunca pensé por qué lo hice. Creo que fue una buena decisión regresar a mi país.
¿Y al final se enamoró de la medicina?
Sí, a pesar de que nunca pensé estudiar medicina, porque yo pensé graduarme nada más y luego a dedicarme a la actividad comercial, pero lo que me conmovió fue la experiencia en el servicio social en el Hospital Santa Rosita. Cuando yo entré al hospital prometí que iba a cambiarlo. Fui el primer médico de los Macedo, era un anhelo de mi madre.
¿Usted es un defensor de sus pacientes?
Sí, me molesta que los llamen locos, porque son pacientes especiales. Esto no es un manicomio, es un hospital con todos los servicios.
¿Qué tan cierto es que de poetas y locos todos tenemos un poco...?
Locos estamos todos, ja, ja, ja.
¿Quiénes son los verdaderos locos?
Pues yo creo que los que dicen que están cuerdos...
¿Qué hace para mantenerse en forma?
Me encanta caminar, antes recorría 14 kilómetros, pero lo dejé de hacer durante el accidente, yo soñaba que corría, fue un momento difícil, hasta lloraba. Hace poco volvimos, camino hasta cuatro a siete kilómetros diarios.
Tiene fama de ser buen bailarín... ¿Es verdad?
Sabe usted que ese talento lo heredé de mis padres, ellos han ganado concursos, me encantan los boleros y el tango.
¿Dios está en su vida?
Siempre, él ha sido parte fundamental en mi vida y en mi familia, siempre he confiado en Él.