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León Leiva Gallardo: “La narrativa robó mucho tiempo de mi creatividad poética”

El poeta y novelista León Leiva Gallardo conversa con EL HERALDO sobre su relación con sus raíces y las influencias que moldean su perspectiva literaria
08.04.2024

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Navegante de la literatura. Desconocedor de límites y miedos que desafían las percepciones establecidas entre la realidad y la ficción.

El escritor amapalino León Leiva Gallardo nos hace, incluso, reflexionar sobre el sentido mismo del existencialismo a través de sus obras.

Su perspectiva nihilista le permite considerar la vida como una ilusión efímera en la vastedad del universo. Un designio que permea cada página de sus novelas, dotándolas de una profundidad inquietante, sedientas de hermosura.

En un diálogo entre lo lejano y lo cercano, la literatura encuentra sus raíces más profundas y sus alas más expansivas a través de este autor que también se interna en los recovecos de la poesía desde hace unas tres décadas. Aquí la entrevista.

¿Qué lo ha traído de vuelta a Honduras?

Ver a mi gente y mi país. Tengo planes de hacer un evento literario, de pronto presentar mi última novela Profesor de humanidades (2023). Ni siquiera he comenzado a planearlo, pero conozco a las personas indicadas para hacer algo.

¿Cómo ha influenciado su larga estadía fuera de su lugar de origen y su gente en su proceso creativo al escribir, sobre todo radicado en un país como EUA?

Yo hice todo lo posible por mantener mis raíces, especialmente el español. Yo me fui a los 13 años, aunque regresaba constantemente. Es toda una vida alterna la de residir en Estados Unidos y estar pensando en Honduras. Yo sufrí mucho de nostalgia. Hubo una separación de la familia.

Desde niño tuve una inclinación por las letras, desde jovencito escribía muy bien, tenía buena letra, buena ortografía. Siempre terminaba siendo el secretario de mis grados.

Esto que era una cuestión infantil, se volvió serio estando en Estados Unidos. Cuando venía aquí me llevaba libros y así empezó mi interés por la literatura hondureña. No hay mejor manera de mantener las raíces que leyendo lo mejor que tenemos en cuanto a historia, sociología, y demás; pero la literatura nos da una enseñanza humana que no la obtenemos de otros campos.

¿Cuéntenos un poco sobre las dualidades al escribir poesía en comparación con la escritura de novelas?

Yo empecé como poeta, cuando tenía 30 años sólo escribía poesía todavía. Empecé a participar en un taller donde me invitaban para hablar de poesía y también llegaban narradores. Así empecé como una especie de ejercicio literario.

Cuando escribí y presenté uno de mis textos les gustó mucho que incluso lo publicaron en una revista. Poco a poco fui incursionando en la narrativa. Curiosamente publiqué en una editorial muy importante: Tusquets Editores, de México.

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Por este compromiso, la narrativa robó mucho tiempo de mi creatividad poética. Para escribir poesía, uno debe tener otro tipo de enfoque en la vida.

Usted es un profesional de la psicología, ¿considera que su carrera de base ha engranado con su vocación de escritor?

Claro que sí, todos mis escritos tienen un elemento psicológico fuerte diría yo, mis personajes son de una complejidad psicológica emocional. La psicología ha sido alimento. Yo trabajé en un psiquiátrico. Recién graduado comencé como asistente de los enfermeros para una clínica de jóvenes.

Por mi formación literaria terminé en un grupo de consejería de escritura creativa. Esa fue una experiencia crucial para mí porque es algo primario estar lidiando con pacientes.

Trabajé con una niña de 15 años que sufría de disociación. Eso fue tan impactante para mí que hasta dejé de trabajar en eso porque empecé a tener pesadillas. La historia especialmente de esa niña era fea. No he escrito de eso, pero uno se va formando una especie de máscara para con la vida.

Yo tengo esa actitud pesimista, mi literatura es pesimista, lo que escribo no es nada precioso. Yo me alejo del preciosismo. Cuando escribo algo de amor, siempre hay desamor. Así es la vida también, no todo es color de rosa, porque entonces yo sería un escritor facilísimo.

Tuvo un hiato de siete años antes de la publicación de “El pordiosero y el dios”, ¿cuál fue la razón detrás de esta ausencia?

Esta ausencia coincidió con muchas cuestiones personales y familiares también. Mi mamá enfermó, mi hermano murió y me alejé de la literatura. Cuando digo alejarme fue de participar en eventos, pero yo seguía escribiendo como fuere, tanto poesía como narrativa.

En cuanto a la percepción de la vida en cuestión, usted la ha catalogado como un “mundo ficticio”, ¿cómo y porqué este tema comenzó a replantear sus pensamientos a temprana edad?

Yo desde niño sufrí una especie de desilusión y está marcado en lo que escribo. Si nadie quiere vivir con la verdad, entonces estamos viviendo por la mentira.

A mis 10 u 11 años yo ya era muy perspicaz, no hablaba, ni preguntaba nada, pero pensaba mucho. Era un niño terriblemente miedoso. En la noche me daba miedo. Me hice ateo desde muy jovencito, dejé de creer completamente. Abandoné aquella tendencia a decir la verdad, aunque la pensara.

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Eso fue muy importante en mi vida, tanto personal como literaria porque otra de las características de mi literatura es la revocación.

Tomando en cuenta que “La casa del cementerio” está ambientada en Amapala, ¿en algún momento de la novela usted se compenetra con Ismael o todo el personaje, en sí, es ficticio?

No hay una división tajante entre el autor y un personaje, siempre hay un elemento del autor. Estoy seguro que si se hace una lectura rigurosa se van a encontrar paralelos entre Ismael y yo... ciertas actitudes y rebeldías. Casi todos mis personajes son ficticios, algunos basados en ciertas personas que he conocido. Ismael es completamente ficticio.

¿Cómo describiría su evolución tras su primera novela hasta llegar a “Profesor de humanidades”?

Muy voluptuosa e indisciplinada. No he sido un escritor disciplinado, justamente ese hiato que tuve me afectó mucho porque pude haber aprovechado aquel momento cuando publiqué en México. Ha habido devolución, como una especie de despilfarro. Pude haber sido un escritor más prolijo y productivo. La evolución va en mis pensamientos, más que en mi literatura. A veces creo y a veces no creo.

Hablando de manera general, ¿qué opina sobre el papel actual de la literatura en Honduras y en Centroamérica?

Ha habido un cambio drástico de lo que se escribía en el siglo pasado. Las exigencias editoriales de hoy en día son diferentes a los de antes. Quieren una literatura fácil para el lector, como estilo de crónica. Quieren más acción que contemplación y pensamiento.

El problema es que no hay rigor editorial en la mayoría de estas. Mínimamente corrigen el texto para que esté bien escrito. Aceptan cosas muy buenas y yo creo que por la situación en la que estamos es labor del escritor entregar el manuscrito ya prácticamente finalizado porque si no nadie lo va a editar, lo pueden corregir, pero editar es otro mundo.

¿Cuántas obras inéditas están guardadas en un cajón? ¿por qué ha optado por no publicarlas?

Inéditas tengo la que sacaré próximamente que se llama “La cuestión del mal”. Es casi de 500 páginas. Pero tengo una novela breve que me encanta, es la última que escribí hace dos años y todavía la sigo retocando, esa se llama “La aparición de Sarita”. En esta vuelvo a Amapala, es completamente ficción. Es una novela emotiva, pero con un final bastante esperanzador porque soy bien pesimista.

También tengo unos cuentos inéditos, pero muy poco.