Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El pecado de los estúpidos (Parte II)

Mahatma Gandhi: Ojo por ojo y todos quedaremos ciegos

02.05.2020

(Segunda parte) Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Piques, drogas, alcohol y la más absurda insensatez causan una tragedia.

Doña Juana, una mujer humilde que trabajaba duramente para ganarse la vida, es víctima de los inconscientes que se burlan de su desgracia. Lo que nunca imaginaron es que aquello era el comienzo de su propia tragedia.

Hospital

El médico, escogiendo cuidadosamente sus palabras, se dirigió a los hijos de doña Juana.

“Muchachos –les dijo–, después de saludarlos con cierta indecisión, tengo que darles una noticia muy dura…”.

Se interrumpió el médico, y uno de los hijos de la señora aprovechó para preguntarle, con acento alarmado:

“¿Murió mi mamá?”.

El doctor se rascó atrás de una oreja, mientras veía al suelo, con algo de tristeza.

“Pues, no –dijo–; no ha muerto…”.

“¿Entonces, doctor?”.

Este aun dudó un poco. Dice que siempre ha sido difícil para él dar este tipo de noticias a los familiares de sus pacientes.

VEA: El pecado de los estúpidos (Parte I)

“Yo no quería ser médico –dijo, cuando conversamos para redactar este caso, y levantando los hombros–, pero mi mamá quería tener un doctor, y, ni modo, había que complacer a la señora. Mi papá, todo un coronel de las Fuerzas Armadas, quería que yo fuera piloto de guerra, o algo así, pero, como en mi casa mandaba mi madre, ni modo… Así que me hice médico, fui a Argentina a especializarme, y regresé para ejercer una profesión que, aunque no me agrada mucho, me permite servir a la gente, sobre todo a la que más necesita…”.

Hace una pausa, se rasca atrás de una oreja, como si fuera un tic nervioso, y agrega:

“Darles aquella noticia a los hijos de doña Juana no fue fácil. Es gente sencilla, pobre, que aman a su madre y que tenían que enfrentarse a una realidad horrible…”.

Noticia

Los hijos de doña Juana esperaban ansiosos la noticia. Miraban al doctor sin decir nada, pero con angustia en el corazón.

“Siempre fuimos muy unidos –dice uno de ellos–; mi madre quedó sola cuando nació su sexto hijo, porque a mi papá lo mataron en Comayagua, y ella se dedicó a criarnos, haciendo de todo… Cuando ya todos estábamos crecidos, le dijimos que se quedara en la casa a descansar, pero ella estaba acostumbrada a trabajar, y le gustaba ganarse su propio dinero…”.

Una lágrima rueda por sus mejillas pálidas.

El doctor, levantando la mirada, les dijo:

“Su mamá será un vegetal el resto de sus días”.

Y su voz sonó hueca, cargada de dolor.

“Tiene daño cerebral permanente –agregó–, y no oye, no habla y, tal vez, quede ciega para siempre…”.

La impresión que causó en los hijos de doña Juana aquella noticia fue fulminante.

Unos gritaron, otros maldijeron, y uno solo apretó los puños y dijo unas palabras que nadie entendió en medio del bullicio del hospital.

“¿Cuándo va a salir del hospital, doctor?” –preguntó el hermano mayor, conteniendo su ira y su tristeza.

“Hoy mismo… Aquí ya nada podemos hacer por ella”.

Siguió a esto un momento de silencio.

“Y, ¿saben algo del tipo que la atropelló?” –preguntó después, y más por decir algo.

“No, doctor; no sabemos nada… Solo dicen que fue en uno de esos piques que hacen cerca de la Universidad, pero ni la Policía ni la gente de allí sabe nada…”.

“Entonces –dijo el médico–, el caso de su madre se quedará sin castigo…”.

“Que sea Dios el que decida eso, doctor”.

Un gruñido, como el de un perro rabioso, se escuchó en el grupo.

“Vi al muchacho –dice el doctor–, y, a pesar de que lloraba, había ira en sus ojos, y me imaginé que pensaba mil cosas en contra del que le desgració la vida a su madre… Y cuando escuché la noticia de los muertos frente a la Universidad, no sé por qué la imagen de aquel muchacho vino a mi memoria… Aunque no puedo decir que fue él…”.

Muertos

Eran dos. Quedaron tirados en el pavimento, frente a la Universidad. Los atacaron a tiros, y casi a quemarropa. Uno tenía cuatro balas de nueve milímetros en el pecho. El otro, dos en el abdomen y una en la frente, arriba del ojo izquierdo.

Cerca de ellos quedaron las latas de cervezas y los cigarros que fumaban; uno de ellos, de marihuana. Al mayor le encontraron piedras de crack en uno de los bolsillos del pantalón.

“¿Vieron quién fue el que les disparó?” –les preguntó a sus compañeros un agente de homicidios de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI).

ADEMÁS: El hombre que compró su muerte

“Sí –respondió una muchacha, en medio de un mar de nervios–, fue un chavo que andaba vestido de negro, en una moto”.

“¿Podría reconocerlo?”.

“No; andaba el casco puesto… Solo vino, entró con la moto, se bajó, sacó la pistola y se paró en frente de mi novio y de su amigo… y los mató”.

“¿Escucharon si les dijo algo?”.

“No… Yo no escuché nada… Cuando vimos que el chavo ese sacó la pistola, todos salimos corriendo…”.

“Yo sí lo oí –dijo un muchacho–; se paró en frente de mis amigos y les dijo: Ojo por ojo, hijos de p… Para que no sigan fregando gente inocente. Y empezó a dispararles…”.

“¿Eso les dijo?”.

“Sí”.

“¿Estás seguro de haber escuchado bien?”.

“Muy seguro”.

“¿Habías visto a ese muchacho antes?”.

“No sé… No lo recuerdo, aunque por la pinta, me parece que ya lo había visto entre los motoqueros…”.

“¿Por qué decís eso?”.

“Es por la chamarra que andaba… Tenía un diablo atrás, en rojo y amarillo, como de llamas”.

“Pero, chamarras como esa hay muchas entre ustedes…”.

“Sí, pero la de ese chavo tenía una mancha de pintura en la parte de abajo… de pintura blanca… Y ya lo había visto antes…”.

“Y, ¿reconociste la moto?”.

“No… Era una moto grande…”.

“Pero, si ya habías visto esa chamarra antes, seguro lo viste en una moto”.

“Sí, pero era una moto distinta”.

“Bueno, pero, si vos habías visto antes esa chamarra, también viste al que la andaba puesta…”.

“Sí, pero no me acuerdo bien… Aquí viene mucha gente…”.

“Pero, los motoqueros son un grupo exclusivo…”.

“Podría decirse…”.

“Y no aceptan entre ellos a cualquiera, solo porque tenga una moto bonita”.

“Así es”.

“Entonces, ¿cómo es que uno de los motoqueros vino a matar a dos de ustedes?”.

“Mire, aquí todos nos llevamos bien. Los de los carros modificados, los chavos de las motos… Y yo no sé qué decirle”.

“Bien –exclamó el agente–. Ahora, decime: ¿Por qué creés que mataron a tus amigos?”.

“Pues, no sé… Ese chavo se vino directamente donde ellos, y los mató…”.

“Y les dijo: Ojo por ojo…”.

“Sí…”.

“O sea que los mató para vengar algo que tus amigos habían hecho…”.

“Pues, eso no sé… Pero…”.

“Pero, ¿qué?”.

Se miraron los amigos, asombrados, y una de las muchachas empezó a temblar.

Pique

El agente miró a la muchacha, se acercó a ella, y le dijo:

“¿Qué es lo que sabe usted? Dígame lo que sabe y así vamos a resolver este caso…”.

La muchacha lo miró.

“Es que…”.

“Hable”.

“Mire… es que hace como seis meses, mi novio y dos amigos hicieron un pique…”.

“Ajá… La escucho”.

“Y, en el pique, atropellaron a una señora…”.

“Vamos bien”.

“¿Quiénes la atropellaron?”.

“Pues, fueron ellos dos… La señora se les cruzó y ellos no pudieron detenerse… A la señora se la llevaron para el hospital”.

“¿Murió ella?”.

“Eso no sabemos”.

“Eso, ¿cuándo fue?”.

“Hace seis meses”.

“¿Saben cómo se llamaba la señora?”.

“No… Era una señora, una viejita, creo yo, que vendía tajadas con repollo… Pero, ellos no tuvieron la culpa”.

“Está bien”.

Investigación

En la autopsia, el forense encontró restos de las balas, nada que pudiera ayudar a identificar la pistola que las había disparado, y los casquillos encontrados en la escena del crimen aportaron poco en el laboratorio de balística. Sin embargo, la presión que ejercían los padres de las víctimas obligó a los agentes a indagar más.

Cuando encontraron el informe del accidente de doña Juana, empezaron a resolver el caso. En el hospital les dieron la dirección de la señora.

“Queremos hablar con doña Juana” –le dijo un agente de la DPI a su hijo mayor.

“Pasen” –les respondió este.

Y los llevó al cuarto dónde estaba la señora.

“Pregúntenle lo que quieran” –agregó.

“¿Qué pasó con ella?”.

“Cualquiera con cuatro dedos de frente entendería bien lo que le hicieron a mi madre esos malditos”.

El agente no dijo nada.

“¿Sabía usted que esos dos… o sea, los que atropellaron a doña Juana están muertos”.

“Vi en HCH que mataron a dos chavalos frente a la ‘U’ –respondió el hombre–, pero no sabía que eran ellos… Hasta que mi hermano me dijo”.

“¿Cuál hermano?”.

“Mi hermano menor”.

“¿Él los conocía?”.

“¿Y cómo no? Fueron los que atropellaron a mi mamá, y que les valió dejarla tirada en la calle, hasta que la recogió una ambulancia”.

“¿Cómo supieron que fueron ellos?”.

“Por el reporte de Tránsito”.

“¿Los castigaron?”.

“¿Por qué me hace esas preguntas tan estúpidas, señor? ¿No puede ver usted el reporte de Tránsito? Ni siquiera los metieron presos, y lo que ofrecieron fue pagar los gastos del entierro cuando mi mamá se muriera… Pero como no se murió… Y todo quedó así, sin castigo… Usted sabe por qué”.

“No, no sé”.

“Porque son ricos, por eso”.

Hubo un momento de silencio.

“Dígame una cosa –agregó después el agente?, ¿alguno de sus hermanos tiene moto?”.

“¿Por qué pregunta eso? ¿Porque el que mató a esos basuras andaba en moto?”.

“Contésteme”.

“Sí, mi hermano menor”.

“Y ¿dónde está él?”.

“No sabemos”.

“¿Dónde vive?”.

“Aquí, con nosotros… Entre todos cuidamos a mi mamá”.

“Y ¿por qué me dice que no sabe dónde está?”.

“Porque salió de la casa hace dos días, y no ha regresado, y no contesta el teléfono”.

“¿Y su moto?”.

“Anda en ella”.

“¿Cuántas motos tiene?”.

“Dos”.

“¿Dónde están?”.

“Una la anda él. La otra no sé”.

“Y, ¿sabe dónde podemos encontrarlo?”.

“No, no sé…”.

El detective no sabía qué decir.

“¿Podemos ver las cosas de su hermano?”.

“¿Cómo así?”.

“No tenemos una orden, señor –dijo el agente–, pero le pedimos permiso a usted para ver si entre las cosas de su hermano encontramos algo que nos ayude a resolver este caso…”.

“Algo, ¿cómo qué?”.

“No sé… Algo… Por supuesto, usted nos puede decir que no, pero vamos a volver con una orden judicial”.

“Por mí no hay problema”.

Nota final

Lo primero que vieron en el cuarto del hermano menor fue una chamarra de cuero, de color negro, con un diablo en llamas en la espalda. Y con unas salpicaduras de pintura blanca en la parte baja, cerca del ruedo… A él no lo han vuelto a ver.