Julio ha sido escogido para estudiar, investigar y conmemorar la extraordinaria diversidad étnica, cultural y geográfica de nuestro país, pese a su pequeña extensión territorial, debido a que fue en este mes que debimos enfrentar y repeler el expansionismo conquistador salvadoreño.
Esa riqueza en nuestra ecología humana está directamente relacionada con la evolución histórica de las distintas regiones que integran al país, a lo largo del tiempo: desde los asentamientos prehispánicos provenientes del norte y sur integrados en la Mesoamérica, la fundación de villas y centros urbanos durante la Colonia, la gradual expansión hacia el norte y noreste por parte de misioneros, el flujo de migrantes, el traslado de campesinos en los programas de reforma agraria, el éxodo poblacional hacia el exterior.
En términos generales, las y los hondureños, cualesquiera sean sus orígenes raciales, han logrado convivir armónicamente, lo que no excluye actitudes proclives a la discriminación y exclusión de las minorías étnicas, sin por ello desembocar en antagonismos armados en que los grupos hegemónicamente mayoritarios pretendan imponerse a los minoritarios.
La protección y difusión de nuestro patrimonio cultural, pretérito y actual, se ve amenazado por el saqueo y tráfico de piezas arqueológicas, documentos, monedas hacia el exterior, lo que debilita significativamente nuestro acervo acumulado y legado a la actual generación por las precedentes.
Comunidad nacional que no protege sus identidades distintivas, singulares, que la distinguen de otras, es fácil presa de influjos provenientes de otras culturas y latitudes, a veces positivamente, en otras negativamente. Se debe estar abierto al mundo, indudablemente, pero, simultáneamente, en búsqueda permanente de nuestras raíces originarias, su evolución y adaptación, para, a la vez, absorber y aportar, en proceso de doble vía.
Cientistas sociales, arquitectos, literatos, artesanos, músicos, lingüistas, tienen ante sí este desafío interpretativo, existencial.
