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Tren interoceánico: los raíles de un viejo sueño

En los años 70 y tal vez en los 60, en algunas escuelas, incluidas las financiadas por las compañías fruteras, dueñas de los bananos, las piñas y las naranjas, los alumnos aprendían una cancioncilla que exaltaba el ferrocarril -también de su propiedad- como promotor del desarrollo: “lleva tanto tanto peso, mucha carga, gente y más, porque el tren es el progreso, corre corre sin cesar”, decía.

En internet ponen que es un poema del chileno Humberto Silva Morelli. Como sea, el ferrocarril era familiar y cotidiano para la gente de la zona atlántica: en Puerto Cortés, La Lima, San Pedro Sula, El Progreso y Tela; o en La Ceiba, Sabá, Trujillo, Tocoa y Olanchito.

Parsimoniosos y atemorizantes, aquellos trenes fascinaban a todos; traían la fruta a los muelles y pasajeros cautivados con el paisaje de interminables cultivos, las formidables montañas o el apacible mar Caribe. Todo presagiaba el crecimiento de este transporte, pero se perdió en el túnel de la desidia.

Los obreros, los campesinos que se mataban trabajando en las fincas extenuándose bajo un esmerado sol que hacía temblar el paisaje y crujir la madera de las casas, apuntaban como un acontecimiento de vida viajar en tren; algunos nunca lo consiguieron.

Contaba mi abuela que nuestros nombres vinieron de ultramar, atraídos por el ferrocarril y su anunciado desarrollo; un abuelo que escapó de la guerra civil española, pasó por México y El Salvador, pero su experiencia en trenes, quizás transportando carbón en Asturias o mercancías en Navarra, lo llevó hasta La Ceiba, donde un accidente ferroviario truncó sus sueños, dejándonos el apellido. La historia de muchos.

Pero antes que nosotros, con un siglo o más de anticipación, muchos hondureños soñaron con poner los raíles que unieran los pueblos, las ciudades y un tren de largo recorrido que cruzara el país; también lo quisieron algunos extranjeros, como una oportunidad de negocio y estrategia geopolítica. Como siempre, la corrupción y la negligencia descarrilaron el proyecto.

Ahora, el gobierno de la presidenta Xiomara Castro nos ha reavivado el viejo sueño, y ya vinieron japoneses, coreanos, chinos y estadounidenses a mostrar interés en el nuevo canal interoceánico a través del ferrocarril y, como todo negocio, será para quien traiga la mejor oferta.

Hasta ahora, los estudios consideran partir desde Puerto Cortés para cierto tipo de barcos; y luego Trujillo, para los que requieran mayor profundidad; con un parque logístico en el norte, en la zona de La Barca, y otro en el sur, en Jícaro Galán, que almacenarán miles de contenedores de carga.

Es un proyecto gigantesco que irá por partes, y se completará en unos diez años; quizás por eso el escepticismo de algunos; otros lo reniegan sólo porque sí, los consume la envidia de la oposición corrosiva; pero hay muchos que creen que se debe pensar en grande, que hay sueños posibles.