Columnistas

La arqueología develó en 2001 que el inicial gobernante de Copán ––K’inich Yax K’uk’ Mo’ (Primer Quetzal Guacamaya)–– vino probablemente de Tikal. Pero los avances de esa ciencia son ahora de tanta maravilla que han precisado con exactitud que aquel mandatario provenía del actual Belice, habiendo sido educado y formado luego en El Petén, Guatemala, de donde probablemente se le envió a conquistar, dominar o administrar Copán, cuyo verdadero nombre maya se supone es Oxwitik (“Tres ¿?”), si bien se desconoce
qué significa.

Un ensayo de Shintaro Suzuki, que trata sobre la reconstrucción de la dinámica migratoria en Copán a partir del sitio “Núñez Chinchilla”, y que fuera publicado en la revista “Estudios Culturales” del Instituto de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad de Kanazawa en Japón, número 16 editado por el arqueólogo y koushi, Seiichi Nakamura, cuenta cuanto parece un cuento, pues empleando isótopos radioactivos y estables (tipo estroncio) se logra identificar la “firma isotópica” de una región geológica, lo que permite, cuando se aplica el mismo método a restos humanos allí encontrados, determinar con precisión no sólo la procedencia sino el tiempo que esa persona vivió en alguna de esas calificadas regiones. El procedimiento logra así ––particularmente en estudio con dientes (de metabolismo restringido, o sea que cambian poco tras aparecer, a diferencia del hueso, que evoluciona)–– saber si ese humano nació en tal depósito arqueológico o si era migrante y, aún más, de dónde provenía, su dieta usual, enfermedades, edad y momento de muerte, entre otros. Más que fantástico.

Ello, empero, es casi nada. Los isótopos de oxígeno 18 que hacen huella en nuestros tejidos por medio del agua que tomamos, archivando lo que la bioarqueología nomina “delta de oxígeno”, facilita conocer si el sujeto estudiado (mediante sus restos) residía cerca de río, lago, mar, bajo qué escala de humedad o a cuál distancia de la costa, contribuyendo a precisar, entonces, si era local o migrante. La esposa de Yax K’uk’ Mo’ o “dama de rojo” por el cinabrio con que se la cubrió al sepultarla bajo el Complejo 16, era nativa de Copán.

Se ha venido a descubrir, por consecuencia, que nuestra admirada ciudad indígena era cosmopolita, heterogénea y tolerante (por algo es la “Atenas” maya), con individuos procedentes de tierras altas de Mesoamérica (Yucatán y Guatemala hoy), de las medias (Belice) y bajas (occidente de Honduras), espacio este último ocupado por pueblos protolencas (prehispánicos) y luego lencas (de la Colonia), adicional a movimientos migratorios intensos que construían élites con servidores, oficiantes y artesanos, permanentes y temporales, entre otros, durante los períodos clásicos temprano y tardío.

El estudio muestra que 62% de residentes en el sitio “Núñez Chinchilla” era de “no locales” (extranjeros) con dieta más variada que la de los autóctonos. Tal migración a Copán es continua y mayormente de jóvenes (15 a 30 años) con varias procedencias, sí, pero con suma convivencia multiétnica, cual si viajaran a una “gran” ciudad en que no formaban enclaves, como en Teotihuacán y Tikal, sino, digamos,
alianzas “democráticas”.

Búsquelo, léalo, es parte de nuestra identidad.