Columnistas

Hombres y tierras

La conquista del Nuevo Mundo implicó recompensas para los invasores. Al rey le correspondía el señorío sobre sus súbditos hispanos y vasallos indígenas, al igual que las riquezas del suelo y subsuelo.

Las tierras requerían de mano de obra para cultivarlas y alimentar a los nuevos dueños. Para ello, se instituyeron formas de explotación laboral y apropiación de excedentes: encomienda, tributo, repartimiento, despojando a sus propietarios originales. Correspondía a caciques y jueces repartidores el control y distribución de los vencidos para trabajar en construcción de edificaciones civiles y eclesiásticas, en haciendas y minas.

Los valles fueron concedidos a conquistadores y sus descendientes, de acuerdo con rango y posición social y militar. Así surgieron latifundios, medianas y pequeñas unidades pecuarias. Los grandes propietarios fueron posteriormente los caudillos independentistas y sus peones, indios y mestizos, integraron sus milicias. La posesión de vastas extensiones de tierras garantizaba, además de acumulación de riqueza, prestigio y ascendencia social. Los indios fueron confinados en tierras marginales, concentrándolos en poblados y reducciones dotadas de ejidos propiedad de las comunidades. Los límites de territorios bajo efectivo control imperial fueron gradualmente extendidos, aliadas la espada y la cruz en tal propósito. Fue así como se fue expandiendo hacia parte de la Taguzgalpa sur.

Las “mercedes de tierras” realengas, vía “composición”, representó fuente de ingresos para las arcas reales y aliciente para la migración peninsular. Algunas comunidades indígenas, por compra, pudieron ampliar sus límites, especialmente el común de indios de Catacamas. Aquellas que gestionaron y recibieron titulación de sus tierras por la Corona lograron defender su tenencia en el período republicano, no así aquellas carentes de tal respaldo jurídico, expuestos al despojo total o parcial de sus heredades.

Ciertas órdenes religiosas -dominicos y jesuitas- adquirieron hombres y tierras, cultivando caña de azúcar, añil.

También en los centros urbanos se concedieron lotes. Entre más elevada la posición social y material del adjudicatario, más cercana se ubicaba su vivienda respecto a la plaza central. Los poblados periféricos abastecían a ciudades y villas con trabajadores y alimentos.

La temática agraria, colonial y nacional, aún aguarda de mayores investigaciones.

Para su estudio, consúltese de Leticia Silva de Oyuela, “Un siglo en la hacienda: estancias y haciendas ganaderas en la antigua Alcaldía Mayor de Tegucigalpa, 1670-1850”, y de Severo Martínez Peláez, “La patria del criollo”.