Columnistas

Crimen en Dresde

Estudiosos de prestigio lo califican delito de guerra, otros lo entienden como acción preventiva (las tropas rusas se aproximaban al perímetro), si bien la mayoría de lectores de historia moderna concluye en que el bombardeo aéreo a la urbe alemana Dresde entre el 13 y 15 de febrero de 1945 fue acto de venganza contra la población civil que incluso renegando del conflicto proseguía apoyando al nacionalsocialismo de Adolfo Hitler.

En esas noches, y conforme datos de la fuerza aérea norteamericana, 1,300 de sus aviones y de la real británica lanzaron 3,900 toneladas de explosivos incendiarios para destruir ese conglomerado humano de la provincia de Sajonia cuyos primeros asentamientos datan del año 5500 a.C., que fuera fundada en 1173 y que era considerada entre las más bellas comunidades de Europa, poseedora de edificios majestuosos, algunos de la corte real, colecciones de arte y libros, con fuerte burguesía comerciante.

En el siglo XVIII se le habían tendido puentes y carreteras, así como estaciones de ferrocarril y tranvía más un embarcadero fluvial, un nuevo ayuntamiento y el edificio de la ópera. Maravilla mundial. Sin ser enclave militar, afirma el diario Der Spiegel, para los días de cruel bombardeo tenían allí su sede cien empresas con 50,000 empleados pertenecientes a la industria armamentista, incluyendo provisión de suministros a las factorías aeronáuticas de Klotzsche; laboratorios químicos y de productos ópticos, así como fabricantes de transformadores y más tarde de aparatos rayos X.

Excepto que ingleses y norteamericanos precisaron su tormenta ígnea no contra esas factorías sino sobre el centro histórico y la Neustadt, esta última un área residencial donde se calcula fallecieron -en tres noches de horror- de 20,000 a 45,000 personas.

Desde entonces existe la tradición de timbrar las campanas eclesiales de Dresde cada 13 de febrero a las 21:45, hora en que empezaron a aullar, inútilmente, las alarmas antiaéreas. Inútiles porque la concentración de poder destructivo generó un huracán de llamas a mil °C que carbonizó a los andantes, policías y bomberos y penetró zigzagueante en el túnel de los refugios subterráneos cremando de tal forma a sus ocupantes que los derritió en bojotes de plasma y hueso.

Muestra bestial de una guerra que casi concluía pues Alemania rendía sus banderas a las tres semanas.En la década de 1950 fueron desechadas ruinas de edificios con sumo valor histórico, como la centenaria iglesia Sofía, para priorizar viviendas y oficinas.

La óptica para tal reconstrucción se sintetiza en el burdo lema del gobierno ruso: “una metrópolis socialista no necesita barroco ni templos...”, que suena similar, en el inverso espectro político, a la visión de los alcaldes hondureños, incapaces de agregar una obra de arte al diseño de las edificaciones que emprenden.

Hace exactos 77 años Dresde fue mortandad, comparada por analistas con Hamburgo y posteriormente Hiroshima y Nagasaki, ejemplos de que cuando el hombre odia arrastra por los suelos su propia concretividad humana. Ejemplo asimismo de la mente brutal con que se educa a los ejércitos, ausentes de correspondencia social, fraternidad y piedad. Que das Volk (el pueblo en alemán) nos libre de ellos.