Columnistas

Choferes y la mala educación

Escena repetida a diario en cualquier calle de Tegucigalpa; esta vez en el bulevar Suyapa: un bus de ruta urbana, azul, hyundai, quizás con el número 0560 -la foto es borrosa-, cruzó repentino y violento al otro carril; el conductor delante de nosotros frenó con brusquedad y sonó la bocina molesto y a lo mejor insultante en el encierro de su carro.

El chofer del bus, desafiante y bravucón, se detuvo impetuoso para sacar el brazo con señales obscenas; unas ventanas más atrás otro tipo -imagino que el cobrador- asomó pendenciero y provocador contra el irritado hombre que casi colisionan. Así, con la unidad repleta escaparon, mientras el otro los seguía avinagrado y enfurecido. A saber en qué quedaron.

Eso y más animaron a las autoridades del Instituto de Transporte, apoyadas por Tránsito y el Ihadfa, a tomar exámenes toxicológicos sorpresivos, para descubrir desconcertados que más del 10% de los choferes dieron positivo por consumo de cocaína y marihuana. ¡Increíble! Esta historia es igual en todas las ciudades del país.

Cuando se agregan los que andan conduciendo alcoholizados, descaradamente borrachos o cruzados con drogas, es fácil entender la cantidad de accidentes en que están implicados estos buses y el riesgo inimaginable para cientos de pasajeros que, a veces sin saberlo, llevan sus vidas pendiendo de un golpe de timón.

El asunto es que si solo fueran el alcohol y las drogas, a lo mejor el riesgo en los buses disminuiría con análisis repentinos y aleatorios entre los conductores; pero hay una terrible característica subliminal por la que la ciudadanía abomina los choferes: la mala educación.

No hablamos de la educación académica, por supuesto, si no de los valores ciudadanos, del buen estar, el respeto hacia los demás, la consideración al otro y la empatía que se enseñan en casa, bueno, deberían enseñarse, pero es difícil en una sociedad rota y abrumada por una cultura decadente.

La mala educación no es exclusiva de los buseros y taxistas, desde luego; ahí afuera abundan los conductores particulares que tienen un título universitario y exhiben un peligroso desconocimiento de las leyes de tránsito, o no las quieren respetar y otros que son decididamente imbéciles.

Los choferes de buses y taxis son claves para la economía del país: movilizan al personal que va a la oficina, a la fábrica, al taller; y si agregamos a los que trasladan mercaderías, ni qué decir. Esa cualidad de su trabajo, siempre en la calle y con la seguridad de los pasajeros en sus manos, obliga a más exigencias con el transporte público.

Como hay muchas vidas en juego, ningún dinero que se utilice para capacitarlos estará mal invertido. Escuelas verdaderas de conductores. Psicólogos, sociólogos, técnicos de tráfico, harían un trabajo inconmensurable, certificándolos, para bajar el estrés en las calles, disminuir el número de accidentes y la brutal puntualidad de la muerte.