Columnistas

Muchos años allá de nuestra época quizás los libros de historia escriban acerca de los méritos y lamentos de esta década, una en que se puso a prueba, dentro de un espacio específico, nuestro temple como sociedad. Ese espacio determinado fue una década, o centavos más, en que una fuerza cachureca y grosera de poder se hizo dueña del Estado, dominándolo, con el objeto de prolongarse en él, lucrarse con sus recursos e incluso planificar la extinción de su soberanía e identidad.

Fue la muestra más auténtica, aunque vergonzosa, de camaleonismo político pues mientras se hablaba de democracia y desarrollo se retrocedía hasta las cavernas más oscuras del atraso, la involución social y la corrupción. Morazán la hubiera identificado inmediatamente como enemiga mortal de la libertad de los pueblos y la hubiera combatido.

Fue empero experiencia saludable en curiosos e inesperados sentidos. Exhibió como nunca que el conservadurismo --en cuanto acción retardataria en la historia, según la metáfora dialéctica-- se opone al progreso ya que tiende a constreñir la imaginación creativa en vez de alimentarla. Unido al ancla o peso de los dogmas religiosos impide la profundidad espiritual pues somete la mente humana a reglas supersticiosas, jerarquías eclesiásticas, leyendas y mitos sobre el mundo, dios, la humanidad y sus relaciones interpersonales, sin olvidar que al dogma lo dictan los hombres, no la divinidad.

Sumado a modelos económicos que explotan al ser humano en vez de dignificarlo, tales como el neoliberalismo, esa ideología reaccionaria se construye para beneficio de élites, no de masas. Y luego, aliado al autoritarismo, a “la disciplina y el orden” sin lógica ni justificación constructiva, ese conservadurismo concluye por favorecer al militarismo, el fascismo y la tiranía. Hagámosle las cruces, ¡nunca más!

No es la primera vez que Honduras escapa de la sepultura que le tenían excavada. La masacre de 1944 fue por una rebelión popular contra el sistema represor, en tanto que la huelga de 1954 lo fue contra el económico y entreguista. Julio Lozano cae porque a la población le harta su estupidez megalómana, así como más tarde la chabacanería de Ramón Ernesto Cruz la humilla y avergüenza. Y si en 1975 López Arellano tiene que salir de huida no es sólo por el escándalo bananagate sino porque la nación ya no lo soporta, del mismo modo que Micheletti corre a refugiarse en El Progreso a causa del intenso repudio nacional y mundial. O sea que cuando el país se lo propone, tarde o temprano hace su voluntad.

Hasta hace tres años pocos creían que sí era posible expulsar la dictadura pues esta había ramificado sus tentáculos viciosos por toda la estructura gubernativa: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, del mismo modo que entre empresarios, religiosos y militares, a los que corrompió y por lo cual, obvio, confesarán responsabilidades en su momento. La lucha era cuesta arriba pero incluso así todo un sector pensante, gremial y magisterial avivó permanentemente las brasas de la resistencia hasta encender fuego en el corazón de los votantes e inclinarlos a reaccionar en favor de la república, que es lo conseguido.

O sea que sí se pudo y que, tras este ejemplo cívico, en otras veces futuras igual se podrá.