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El pulgarcito se salió del cuento

Impregnado de la soberbia adolescente, el influencer de El Salvador, Nayib Bukele, vociferó que duplicará de veinte mil doscientos dos a cuarenta mil los efectivos del ejército, para que junto con la policía emprendan una nueva fase de un plan de control territorial.
El anuncio fue hecho durante la juramentación de mil cuarenta y seis nuevos efectivos militares en un cuartel del sureste de San Salvador.
El pulgarcito de América, como decía la poeta Gabriela Mistral, apenas cuenta con un territorio de 20,742 km2 y 6.7 millones de habitantes, encumbrándose ya como el país con la fuerza de seguridad más numerosa y armada de toda Centroamérica.
Se trata pues, de un dato escalofriante, tomando en cuenta que las carabinas solo sirven para acentuar el poder de quien los mantiene, peor si se trata de un jovenzuelo que interpreta la ley y la Constitución a su manera, que ha dado indicios de violación al Estado de derecho, atentando contra la democracia y con su gorra de pelotero hacia atrás, ejerciendo el poder con un control absoluto.
No existen los contrapoderes para contener el poder del presidente que se siente superior a todas las leyes, incluyendo la de la gravedad, que lo hace levitar sobre el poder que asumió tras derrotar a los dos grandes partidos tradicionales del país: el derechista Arena y el izquierdista FMLN, mismos que sucumbieron ante los likes de un político que usó las redes sociales para moldear su discurso de troller.
Después de su triunfo, Bukele casi de inmediato envió soldados a la Asamblea Legislativa para forzar la tramitación de un proyecto del Poder Ejecutivo. Aquello marcó un punto de inflexión en la democracia que venía más o menos dando sus resultados en El Salvador.
Ahora el guion es otro, uno autoritario con las mismas trampas de la derecha como las de izquierda, arremangado con los matices ideológicos que montan un fatídico escenario para la erosión de las democracias en Centroamérica, que nos lleva con rumbo a un adiestramiento absolutista del poder con el apoyo de las Fuerzas Armadas y de la Policía que muestra los dientes del potencial armamento, con el cuento de Seguridad Nacional para su utilización política, bajo los andamios de la manipulación por parte del Ejecutivo, con fines que no son los que determina la Constitución, es decir, la defensa de la soberanía nacional.
Esto es una directa embestida a Honduras, porque El Salvador no tiene conflictos soberanos con Guatemala ni con Nicaragua, pues ya fueron resueltos desde principios del siglo XX, pero sí con este país que tiene pretensiones soberanas sobre nuestro mar territorial.
Y para eso tiene su Congreso Nacional, el cual ya le pidió a Nayib Bukele que haga «todo lo necesario» para recuperar la isla Conejo, misma que pertenece a Honduras y se ubica en el Golfo de Fonseca.
La isla Conejo mide 0,5 kilómetros cuadrados y ha sido un tema de disputa entre ambos países, tras que la Corte Internacional de Justicia de La Haya dictara en 1992 que pertenece a Honduras. Ahora más, desde un proyecto que El Salvador y China quieren desarrollar cerca del Golfo de Fonseca con capital del país asiático que cubriría cerca de 7,000 hectáreas.
Acá es donde, más que conejos y tigres, aparece la vieja fauna de los dictadores autócratas que se encumbran en la jungla centroamericana, esa que ya preocupa al presidente Joe Biden y a la vicepresidenta Kamala Harris, quienes no ven socios, sino hostiles líderes agazapados en el Triángulo Norte a su frontera sur de EE. UU., frente a estas nuevas autocracias centroamericanas.
Washington prepara una serie de acciones contra Bukele que van desde las financieras hasta las administrativas, pasando por apoyar organismos de la sociedad civil que resisten al régimen autocrático de Bukele, quien se salió del cuento infantil de pulgarcito para entrar a la novela policiaca de sargentos sobrios, sombríos y cabellos gelatinosos.