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Haití, la nación olvidada

Pocos países tuvieron que pagar un precio tan elevado por su independencia como lo hizo Haití. Cuando culminó la lucha liberadora en 1804, se tenía una población esclava viviendo en autonomía, pero con una economía destruida.

El costo humano fue elevado, se calcula que de los 425 mil esclavos que tenía la nación, quedaron apenas unos 170 mil en condiciones de trabajar para reconstruir el país. Algo que marcaría la historia de la joven nación sería el bloqueo acordado por la mayoría de los países, una vez que la nación había declarado su independencia del dominio francés, bloqueo que, al igual que en los tiempos modernos se repite por parte de Estados Unidos a Cuba.

El bloqueo inhumano dejaba una nación en condiciones de aislamiento total. En 1825, el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó la Real Ordenanza de las autoridades del gobierno francés. La ordenanza le prometía a Haití reconocimiento diplomático a cambio de la reducción de un 50% de las importaciones, además, quedaba obligado a pagarle a los propietarios de haciendas las tierras, esclavos y plantaciones perdidas durante la guerra.

Si Haití no firmaba el acuerdo, no solo seguiría aislada, sino que sería bloqueada por una flota armada que ya estaba en aguas haitianas. Esa deuda se terminó de pagar en 1947. Para esa fecha Haití ya tenía una pobreza estructural, difícil de revertir.

El pueblo haitiano, según algunos historiadores, no se ha podido liberar de la herencia colonial y del duvalierismo. François Duvalier gobernó a la nación desde 1957 a 1971, una vez que murió heredó el poder a su hijo de 19 años, Jean-Claude Duvalier, mismo que se mantuvo como gobernante hasta 1986, cuando una revuelta popular lo sacó del poder.

Haití, desde que declaró su independencia, ha sido intervenida militarmente por tropas extranjeras en cuatro veces, la última vez que esto ocurrió fue la acción emprendida por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en el 2004, la Minustah tenía el objetivo, entre otros, de estabilizar al país y promover el desarrollo económico y social. La Misión, a pesar de las declaraciones de sus encargados, salió del país en el 2017, sin haber logrado su propósito, por el contrario, fue señalada de violentar los derechos humanos.

Con la muerte del presidente, Jovenel Moise, el pasado 7 de julio, la situación del país se agudiza y se confirman nuevas modalidades de violencia política en la llamada democracia de los países de la región. Lo sucedido en Haití muestra el papel de las grandes potencias, mismas que desde antes y después de la época colonial empezaron a configurar unas redes de relaciones políticas, sociales y económicas en función de sus intereses, relaciones que todavía siguen chupando las venas abiertas de América Latina, como dijo en algún momento Eduardo Galeano. Los haitianos, en su mayoría, viven un nivel de pobreza alarmante. La desgracia es que las carencias que viven muchos pueblos no llaman la atención de los países ricos, que siguen viendo los problemas de las naciones del tercer mundo por los recursos y el papel que estos juegan en la geopolítica.