Columnistas

La Iglesia Católica y los migrantes

Durante las últimas dos décadas el flujo migratorio en los países de América Latina y el Caribe se ha incrementado considerablemente motivados por diferentes factores: económicos, laborales, sociales, culturales y políticos. Hoy en día, se está dando en forma develada un flujo migratorio acelerado entre la “población indígena” ante la poca atención e interés de los gobiernos hacia ellos. Aproximadamente 1.5 millones de migrantes en la región están en condición migratoria irregular. Su intensificación ha alcanzado su máxima expresión en el “mayor corredor migratorio del mundo”, es decir, entre los países del norte de Centroamérica (NCA), México y los Estados Unidos de América, sitio final de destino.

Con la llegada de la pandemia del covid-19, la situación personal y familiar de los migrantes se ha tornado mucho más dramática y compleja dado el alto nivel de vulnerabilidad que los caracteriza. Muchos de ellos, ante la dificultad para encontrar una vivienda adecuada y permanente, están en situación de calle o tienden a concentrarse en asentamientos informales, con servicios de agua y saneamiento deficientes, su estado nutricional y su ingesta de alimentos es esporádica y de mala calidad. Como medida sanitaria los países se han visto obligados al cierre indefinido de fronteras, restricción de todo tipo de movilidad y la adopción de confinamiento doméstico obligatorio. Ante la prohibición de la libre movilidad, muchos de ellos optan por tomar rutas alternas de alto riesgo. Su estatus migratorio irregular condiciona y limita ejercer sus derechos ciudadanos o les genera barreras para acceder a servicios públicos, incluidos los del sistema de salud y de educación. Tampoco son sujetos elegibles para programas de protección social, situación que exacerba sus niveles de riesgo y de potencial contagio. Incluso, aunque en algunos países el derecho a la salud es universal muchos de ellos prefieren no acudir a hospitales por temor a ser deportados o discriminados. La Iglesia Católica desde tiempo atrás ha extendido su mano fraterna a los migrantes poniendo a su disposición sus instalaciones físicas y socorriéndolos en sus necesidades más apremiantes, independientemente de su nacionalidad, creencias religiosas o raza. La migración es un tema importante en el Evangelio. Jesús y la Sagrada Familia fueron refugiados que huyeron del terror de Herodes, y Jesús, el Hijo del Hombre, fue un maestro itinerante en la Tierra que “no tenía en dónde reclinar la cabeza”. Jesús también nos enseña a hospedar al forastero porque “cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”, (Mateo 25: 35-41). En palabras y hechos, el papa Francisco muestra repetidamente su profunda compasión por todos los inmigrantes, refugiados y desplazados. El Santo Padre ha asumido un notorio liderazgo en levantar su voz censurando el trato inhumano, lesivo y hostil de que son objeto los migrantes durante sus travesías por parte de los órganos policiales. Algo muy esperanzador ha sido la aprobación del “Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular” (diciembre 2018), respaldado por más de 160 países. Se trata del primer acuerdo global para ayudar a aprovechar los beneficios de la migración y proteger a los migrantes indocumentados. El Pacto señala el camino hacia acciones humanas y sensatas para beneficiar a los países de origen, tránsito y destino, así como a los propios migrantes. Algo destacable ha sido las dos iniciativas de la Sección de Migrantes y Refugiados (M&R) del Vaticano guiada por el Papa, habiéndose redactado dos documentos que constituyen la parte central de la postura eclesial frente al tema de la migración: “20 Puntos de Acción Pastoral” y “20 Puntos de Acción para los Pactos Mundiales”. Este último formó parte del material de estudio por las comisiones responsables de redactar el contenido del Pacto Mundial para la Migración. Por otra parte, a petición del papa se redactaron tres informes en materia de políticas migratorias: (i) La regularización de migrantes; (ii) el acceso al territorio de las personas que buscan protección internacional y (iii) medidas alternativas a la detención. Más recientemente, se publicó la guía “Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Internos” cuyo fin es el de inspirar y animar las acciones pastorales de la Iglesia en este ámbito concreto. La Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (JMMR) desde 1914. Es siempre una ocasión para expresar su preocupación por las diferentes categorías de personas vulnerables en movimiento; para rezar por ellos mientras enfrentan muchos desafíos; y para sensibilizar sobre las oportunidades que ofrecen las migraciones. Cada año, la JMMR se celebra el último domingo de septiembre; en el 2020, se celebrará el 27 de septiembre. El tema elegido este año por el Santo Padre es “Como Jesucristo, obligados a huir”, y este año se centrará en el cuidado pastoral de los desplazados internos. El papa Francisco en una actitud un tanto inédita ha tenido acercamientos con la comunidad internacional que aboga por la defensa y cumplimiento de los derechos humanos en una especie de alianza para exhortar a los gobiernos priorizar en sus agendas públicas la atención integral por los migrantes, como la adopción y el cumplimiento del Pacto Mundial sobre Migración que comprende 23 objetivos para gestionar mejor la migración a nivel local, nacional, regional y mundial. Para el mundo católico y no católico es motivo de satisfacción observar la valerosa y férrea prestancia de la Iglesia frente a las injusticias, trato cruel y marginamiento a que están expuestos los migrantes y refugiados. Sin duda alguna, su voz retumbará en todos los foros mundiales en los que se debata la situación de los migrantes, para tal fin dispone de los asideros conceptuales guiados por la doctrina social de la Iglesia