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¿Estamos todos locos o qué?

Qué fuerte fue para todos la noticia de este hombre que, en una aldea de Choluteca, envenenó a sus tres hijos y luego se suicidó. No puedo, no quiero, imaginar las cosas que cruzan veloces, abrumadoras, por la mente de una persona que atenta contra el amor más grande que puede conocer. Volvemos a pensar, entonces, ¿qué le pasa a nuestra sociedad?

Quizás este no es el mejor momento para vivir en nuestro país, la gente, no toda, obvio, es agresiva en las calles, perniciosa en los trabajos, incubadora de odios, egoísta, insolidaria. Como no podemos irnos todos de Honduras, inventemos cómo mejorar la salud emocional de todos o viviremos la paradoja de que estar loco será normal.

Los pocos hospitales para afecciones psicológicas y psiquiátricas han multiplicado hasta por cuatro las atenciones, frecuentados por la angustia de pacientes con ánimos suicidas, o los agresores infundados que atacan a otras personas; la mayoría de los expedientes se repletan con diagnósticos de depresión y ansiedad.

Los alumnos de Maestría de Psicología Clínica de la UNAH revelaron en un estudio que el 50% de los hondureños padece, o padecemos, de algún tipo de trastorno mental. Se dice fácil, pero pensar que la mitad de la población tiene un tornillo desajustado debería ser una emergencia.

La población tampoco lo tiene claro, teme a los punzantes cánceres, al corazón infartado, pero olvida la enfermedad mental, que no solo es más común, es también una condición médica y un problema de salud pública: depresión, trastorno de la personalidad, déficit de atención, fobias, ansiedad, trastorno bipolar, esquizofrenia, espectro autista.

Sin embargo, el estado emocional de los ciudadanos nunca ha sido una ocupación especial de los gobiernos, de ninguno, de hecho, hasta se eliminó de la salud pública la unidad de atenciones para trastornos mentales. Tampoco nos ajusta la cantidad de psicólogos y psiquiatras que tenemos, hace falta más para atender en estos tiempos revueltos.

En los diez años pasados, entre 2008 y 2018, el Observatorio de la Violencia subrayó que unos 3,481 hondureños infortunadamente se suicidaron, agobiados por problemas económicos, abatidos por desencuentros sentimentales, atormentados por dudas existenciales, el estrés, la presión; la mayoría hombres, hasta un 70%; y sobre todo muy jóvenes, entre 20 y 30 años de edad.

Se llamaba Óscar Efraín Blanco, tenía 30 años; pronto nadie recordará su nombre, solo a un tipo enloquecido, celoso, que dio a beber malteadas con Gramoxone a sus tres pequeños y luego se suicidó. Y se repetirán los casos de personas que harán cosas que no creíamos.

Será hasta que nos ocupemos de las causas esenciales, desde la desigualdad, inseguridad, miseria, desesperanza, hasta la derrumbada autoestima. Que la salud mental esté en los programas de gobierno, en las alcaldías, en las escuelas, en los medios de comunicación, antes de que enloquezcamos todos.