Columnistas

¿Dónde están los intelectuales?

Es habitual que dos tipos en televisión se insulten, se señalen con el dedo, eleven la voz y estén por poco de darse a puñetazos.

El moderador parece atento para hacer de árbitro y pendular entre el compromiso informativo y la euforia contenida por el pleito, que aumentará la audiencia y multiplicará el programa en redes sociales.

Inundan los medios de comunicación militantes políticos, entusiastas achichincles, desaprensivos activistas que, escasos de ideas, solo consolidan la sociedad del espectáculo. Son los mismos que van de un canal de televisión a otro, a las radios, a los periódicos, para decir las mismas cosas, sin pensamiento, argumentos, doctrina, ideología, y defender a ultranza a los dirigentes de su partido.

Hubo un tiempo (mejor) en que los debates, la confrontación de ideas, la crítica social eran patrimonio de los intelectuales, que se ocupaban en la lectura incansable, el aprendizaje comparativo, la reflexión contrastante y la observación detenida de la realidad, para compartir sus hallazgos e influir en la sociedad y, al menos, tratar de cambiar
las cosas.

Se destacaban los filósofos, historiadores, escritores, sociólogos, economistas, periodistas, psicólogos y artistas cuya capacidad de abstracción y conocimiento les permitía una visión particular, un ángulo distinto, de los acontecimientos; daban luces sobre política, denunciaban las injusticias, defendían valores, apuntalaban ideologías.

Esa intelectualidad, que heredó el nombre de la Francia decimonónica, tenía como base el pensamiento: liberal, progresista, conservador, democrático, fascista, capitalista, reaccionario, comunista, socialista, lo que fuera, pero siempre apoyada en el conocimiento. Ahora son muy pocos los entrevistados que pueden decir algo que
realmente importe.

Y no es que ya no existan intelectuales, se han difuminado en estos tiempos superficiales y envanecidos en que la cultura popular y la opinión pública están controladas por insufribles profesionales de mercadeo y administradores de empresas que miden todo con índices de audiencia. A un pensador serio, como hay en nuestro país, no faltará quien lo considere aburrido.

Por eso es frecuente y hasta esperado que los entrevistados no sean intelectuales, sino personajes mediáticos que sin pestañar suelten cualquier disparate, exhiban pancartas, lancen vasos y amenacen airados con quitarse la corbata. Con estas credenciales, los partidos políticos ya no requieren gente con ideas, solo atrevidos en los medios
de comunicación.

Es una paradoja, pero precisamente esa fatuidad de nuestros días vuelve necesarios a los intelectuales, que resurja el conocimiento, la crítica seria, el argumento responsable, la ciencia, la cultura, la imaginación, como para recordar la canción de Aute: “Que no, que no, que el pensamiento no puede tomar asiento”.