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El amor y su sexualidad

El jueves 4 recién pasado, en El País (www.elpais.es), Mario Vargas Llosa celebra el reciente libro del académico español Víctor García de la Concha, sobre la olvidada traducción que del hebreo al castellano hizo Fray Luis de León (1527-1591) del poema bíblico Cantar de los Cantares.

El rey Salomón tenía inspirados motivos para escribir ese poema. Algo sabía del amor, pues pastoreaba 700 esposas, y, en sus ratos libres, unas 200 concubinas. Tal vez por eso murió a los 60 años, cuando otros personajes bíblicos, más quietecitos, vivieron cientos de años. Adán, por ejemplo, vivió 930 (Pero bueno, Adán no tenía tanto donde escoger).

El erotismo del poema, sexual y explícito, fue siempre rodeado por miedos y prohibiciones. El nobel recuerda que Fray Luis trató de protegerse, aclarando que el Cantar era una alegoría, en la que, escribe Vargas Llosa, “los requiebros y caricias desenfrenadas de los esposos a lo largo del poema no son carnales, sino espirituales y simbólicos. Cristo es el esposo y la Iglesia es la esposa”. Sin embargo, el hueso era demasiado grande para la estrecha garganta de la Inquisición y el traductor pagó su osadía con tormento y cuatro años de cárcel. Su trabajo fue publicado hasta dos siglos después.

La interpretación alegórica es tanto más absurda cuanto que Salomón canta el amor con su esposa, bendecido por Dios en el mismo texto del poema. Sin embargo, esa actitud de ocultar lo evidente y prohibirlo a los amantes, aunque estén casados, ya había comenzado tras la escritura del Cantar, unos 2,500 años antes que Fray Luis desafiara la intolerancia.

El artículo de Vargas Llosa es una experiencia refrescante, una memoria comprensiva para Salomón, y justiciera para Fray Luis de León y Víctor García de la Concha; memoria que también recuerda, sin decirlo, que amor y sexualidad todavía no son libres. Y no se trata ya de mojigaterías ni de antiguos miedos, sino de limitaciones culturales que condicionan la forma en que se manifiesta y disfruta el amor de pareja.

Si nuestra especie sobrevivió en angustiosa competencia con otras, fue en parte debido a su más eficiente capacidad reproductiva, que garantizó una población mínima para extenderse sobre el planeta, a pesar de la elevada mortalidad cobrada a las hembras por las hemorragias de los partos, y de las anemias provocadas por las efusiones menstruales. Fue el amor de la pareja, consolidado en la familia y aglutinado por la pasión sexual, la fuerza que hizo posible la supervivencia de la especie, en las condiciones más adversas. Entonces, en miles de años, se formaron las bases antropológicas y las estructuras neurológicas, psicológicas y biológicas que hoy sustentan la sexualidad humana.

La inseguridad medrosa, culposa e ignorante de esa sexualidad conspira contra la pareja, la familia y la sociedad, promueve la infidelidad y la desunión. Ahí se aprecia mejor la relevancia del artículo de Vargas Llosa. Porque la pasión trasciende la vida de los amantes, y, como reza el artículo, la enriquece con “una proyección religiosa ultraterrena”. Poderosa proyección, mandato y bendición de Dios para los creyentes. Para los no creyentes, evidencia de que la razón no puede explicarlo todo; que el amor, cura de la soledad, muerte del egoísmo, es una vivencia mística, que se goza o se sufre, pero no se explica