Columnistas

La década podrida

Década perdida” titularon a la de 1980, tanto por el estancado avance social de Latinoamérica como ––en el específico caso de Honduras–– por el grosero proceso de entrega de soberanía patria con que se pervirtieron los partidos políticos tradicionales, Nacional y Liberal, la fuerza armada, la empresa y la iglesia, así como grandes sectores de la opinión pública, embrutecida por el fantasma de lo que nunca tuvo acá posibilidades de existir: el comunismo.

Al inaugurar 2019 puede hablarse, sin riesgo de error, de condiciones similares, excepto que más densas y tristes pues en esta ha ocurrido ––como antes nunca–– la captura del Estado por una élite ratera, ducha y sofisticada en prácticas de corrupción. Tras el golpe de Estado de 2009, que es fecha señera, la república ingresó a una fase de simulación que hace aparecer cual desarrollo lo aparente, por cuanto favorece al patrimonio de los ricos mientras reduce el haber de la población general.

A diferencia de 2008, cuando tras décadas empezaban a bajar, hoy los índices de pobreza y extrema miseria aumentan; el analfabetismo permanece, salud y seguridad retroceden no obstante supuestas y millonarias inversiones presupuestarias; rompe récords el déficit habitacional, la escuela es bastión de atraso, tanto en estructura como en lo metodológico, mientras que el Estado quita impuestos a miles de millones por lucro a la vez que otorga exenciones injustificadas.

No es eso lo más grave, empero, pues podría atribuirse a ineficiencia gerencial para manejos de gobierno o incapacidad de funcionarios, sino que aprovechando el rompimiento del tejido constitucional, y sustituyendo un (ilegal) asalto político por otro económico, toda una banda, cáfila y pandilla de intelectuales maleantes (pues buena parte egresó de la Escuela de Derecho, copia de algunos de sus maestros) impuso en Honduras, durante esta podrida década, una articulación finamente delineada de aprovechamiento, para fines personales, del recurso nacional.

Es así como ríos, bosques, carreteras, propiedades y administraciones estatales, sol y suelo, erogaciones inmediatas y acciones a futuro rentan (rentabilizan) a estos pícaros un dólar tras otro hasta hacer de la función gubernativa negocio redondo y oportunidades de maldad.

Honduras vive hoy mayoritariamente liderada por mafias y ladrones, cuatreros y gángsteres, chantajistas con sello oficial y extorsionadores certificados.

No hay más solución que echarlos y descabezarles su ruindad o se hunde la República con ellos.

Al vicio sólo lo opaca la abundancia informativa, siendo obvio que lo que vivimos no es mal gobierno
sino conspiración.

Lo que hay aquí es complicidad financiera y religiosa contra la verdad, por lo que es importante documentar ahora todas las pruebas de la fechoría, para que en los tribunales del porvenir las fotos del contrato con maña, del saqueo presupuestal, del delito, el crimen y la coima, de especulado, nepotismo y abuso de autoridad sirvan como prueba jurídica o a lo menos denuncia de hechos. Activa la cámara del celular, compañero ciudadano, captura la historia previo a que el delincuente oficioso borre la memoria nacional.

Tanta decadencia moral, tanto detritus ético acaban por contaminarnos, haciéndonos vivir en pudrición cotidiana y tornándonos responsables de algún modo.

El malo no existe sin consentimiento del bueno, el pecado nunca es divino sino cultural, dios no se ocupa de miserias humanas, por lo que esperar que solucione los problemas es enajenación. Sin afán de venganza, pero sin debilidad, el futuro obliga a que estos pícaros
sean castigados.