Cartas al editor

Mi amigo “Pedro” (así lo llamaré para que no lo identifiquen) es un hombre trabajador como pocos, siempre anda con una sonrisa de oreja a oreja y dispuesto a ayudar a su prójimo, a su familia, que ama entrañablemente y al desconocido que lo necesita. Él es un taxista siempre dispuesto a prestar el servicio de la mejor manera. Para ello se preocupa que su carro esté limpio y en muy buenas condiciones. Ah, y maneja con precaución, más cuando con él viajan personas de la tercera edad que lo prefieren precisamente por eso.

A lo largo de la pandemia se vio obligado a quedarse en casa e ingeniarse de donde sacar dinero porque los bonos y la ayuda que ofreció el gobierno nunca le llegó a él. Así que decidió irse por un buen tiempo a su casa, allá en el lejano occidente, desde donde un día llegó a Tegucigalpa en busca de un empleo digno. Nunca se ha querido ir a la “USA”, aunque lo han “invitado” a hacerlo, por el pago de altas, muy altas sumas de dinero que no tiene.

Una vez que la economía se reabrió, “Pedro” decidió volver a Tegucigalpa para retomar su trabajo. Lo primero que hizo fue ir a buscar sus vacunas para proteger y protegerse del virus. Les comunicó a sus viejos clientes que ya estaba de regreso y estos, contentos, volvieron a utilizar sus servicios cuando así lo requerían. Pero ahora, no es la pandemia ni el temor al contagio que lo está retirando nuevamente de su trabajo, ahora son los extorsionadores que le han mandado una nota exigiéndole el pago del “impuesto” de un año.

Pedro dice que él es liberal de cepa, como su paisano pajarito, aquel presidente que nació en Ocotepeque, pero que en las elecciones pasadas “le prestó” el voto a doña Xiomara, de quien no espera que le dé un trabajo en la administración pública (como muchos otros). Él, dice, solo espera que la nueva presidenta le asegure un poco de seguridad a las personas para que puedan trabajar honradamente.