La premisa básica de la teoría de la simulación es que nuestra realidad podría ser una simulación creada por una civilización avanzada. Desde una perspectiva filosófica más antigua, esta idea no es del todo nueva. Platón, en su Alegoría de la Cueva, sugiere que los humanos, al igual que los prisioneros de la cueva, solo pueden percibir sombras de la realidad, sin conocer la verdadera esencia de las cosas. Los prisioneros, mirando las sombras en las paredes, toman estas ilusiones por la realidad misma. Platón nos invita a cuestionar la naturaleza de nuestra percepción, sugiriendo que nuestras experiencias pueden ser distorsionadas y que lo que creemos ser la “realidad” podría ser solo una representación superficial.
El filósofo René Descartes también abordó esta cuestión en sus Meditaciones Metafísicas, donde plantea la duda radical sobre la existencia de un mundo externo. Descartes se preguntaba si, acaso, un “genio maligno” podría estar manipulando sus pensamientos y percepciones, creando una realidad completamente falsa. En palabras de Descartes: “No sé si hay algo que esté en mi mente que no me haya sido impuesto por otro; un poder extraño podría estar creando un mundo falso ante mis ojos” (Descartes, 1641).
La teoría de la simulación también plantea preguntas sobre la ética y el propósito de tales simulaciones. Si nuestras experiencias están siendo generadas por una inteligencia externa, ¿tenemos algún valor inherente como seres humanos? ¿O somos solo piezas de una simulación, como personajes en un videojuego? Aquí, los filósofos como David Chalmers, conocido por su trabajo sobre la conciencia, se han preguntado si los seres dentro de una simulación tendrían una “conciencia” genuina o si su conciencia sería, de alguna manera, simulada también. (Continuará)