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Carlos Lanza: visiones y perspectivas del arte hondureño

La nueva generación de artistas está llamada a fundar una nueva tradición, de lo contrario, estaremos condenados a buscar siempre en el pasado

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11.01.2019

Tegucigalpa, Honduras
En esta oportunidad El Gran Vidrio presenta una entrevista con el crítico de arte Carlos Lanza, quien fiel a su estilo directo y elegante hace una radiografía del estado del arte hondureño, identifica algunos problemas y señala los nombres de algunos artistas que podrían incidir en la producción de un arte cercano a nuestro tiempo a condición de que la disciplina, la investigación y el espíritu crítico se conviertan en los fundamentos de su práctica artística.

El 2018 fue un año difícil para el conjunto de la sociedad hondureña, ¿cómo se vio reflejada esta crisis en el arte local? Aunque el arte no refleja de manera mecánica los problemas de la sociedad, podemos decir que en esta oportunidad existe una correspondencia histórica entre la precaria calidad de la producción artística y la terrible crisis social e institucional que hemos vivido. Si los grandes certámenes que tenemos (Bienal del IHCI y Bienal de la UNAH) son un termómetro para determinar la condición del arte hondureño, puedo afirmar que la producción local refleja un estado lamentable; pero debo agregar algo: esta crisis no inició en el 2018, llevamos por lo menos dos décadas en esta situación.

¿Existen circuitos alternativos que se muevan por fuera de las bienales y que muestren algo diferente? Si los hay, pero son escasos y con muy poca incidencia todavía. Estos espacios aspiran a presentar propuestas más frescas, con rasgos más contemporáneos que tradicionales, pero siguen reflejando serios problemas de formación en los artistas participantes. Para el caso, asistí a “Instala CCET 2018” y aquello en términos generales fue lamentable; la mayoría de los participantes fueron atraídos por el tema de la caravana de inmigrantes, y sin mayor reflexión crítica se apropiaron del “zapato” como objeto de representación visual, fue triste ver cómo el CCET parecía zapatería popular, algo parecido sucedió en la Bienal de la UNAH; claro, también hubo artistas que supieron sortear con solvencia esta iconografía trillada.

¿A qué se refiere cuando dice que el artista hondureño tiene poca reflexión crítica, podría ejemplificarlo con el tema de la “caravana” para una mejor comprensión? Es un asunto de formación, el artista hondureño tiene problemas para relacionar y diferenciar los límites entre la llamada realidad objetiva (realidad natural, la realidad objetual, social, psicológica, política, histórica) y la realidad estética. Al no comprender la dialéctica de estos límites, despoja a los objetos o las distintas realidades que aborda de su riqueza simbólica y la reduce a pastiche, a puro acartonamiento, a íconos vacíos con escaso poder de comunicación; de esta forma, como la caravana ha implicado un caminar doloroso, muchos artistas se apropiaron, de manera plana, de los “zapatos” como elemento simbólico y los hicieron funcionar dentro de una estética gastada y sin novedad alguna, es decir sin la función de extrañamiento como decía Sklovski.

¿A su juicio, qué artistas están realizando una obra prometedora? Como he dicho en otras oportunidades, a veces apostamos por artistas que luego decepcionan, pero como decía Stendhal, “el arte es siempre una promesa de felicidad”, en ese sentido mencionaré algunos nombres que llaman la atención, de ellos dependerá si esta apuesta es reafirmada por la realidad. Quiero empezar con Scarlett Rovelaz, ella, a mi juicio, es la artista del año 2018, y no lo digo porque ganó la Bienal de la UNAH en la categoría tridimensional, lo digo por la consistencia de su trabajo, tiene un buen “cuerpo de obra que la respalda”, es dueña de una admirable sutileza conceptual, es muy crítica, aún le falta ser más desenfadada en el tratamiento del material pero creo que hacia allí apunta. Junto a ella deseo mencionar la obra de Kathy Munguía, delicada y muy bien ejecutada, su formato pequeño es singular porque visualmente nos permite apropiarnos de todos los sentidos que emanan de sus piezas, pero siento que esa estética se está agotando en sus propios límites y no estoy hablando de un asunto de formato, es un asunto acerca de cómo materializar (objetualizar) la obra.

Edwin López, es otro de los nombres que me dejó el 2018, requiere ser más experimental en el tratamiento de los materiales y las formas, su extraordinario dominio técnico puede terminar en una cerámica decorativa, ya hemos hablado ese tema con él, sin embargo, hay piezas que dan esperanza. Helga Sierra me parece una artista interesante, está definiendo su estilo, aún hay mucha ambigüedad en su proceso, su participación en “Instala CCET 2018” fue lamentable, solo deseo pensar que fue un descuido.

El X Festival de Performance nos dejó un nombre, Lía Vallejo, creo que se debe promover su profesionalización, tiene potencial, aún hace falta una mayor comprensión del cuerpo como eje de la acción performática, pero en verdad, este es un problema general de los performeros hondureños. Cristian Gavarrete ha sido una promesa, pero su participación en la Bienal de la UNAH me provocó desilusión, espero sepa valorar su potencial; hay 4 fotógrafos que deseo mencionar: Dilcia Cortés, José López, Dany Barrientos y Daniela Lozano. Cortés y Barrientos muestran una orientación más contemporánea en la comprensión del discurso fotográfico, López y Lozano están más cerca de una fotografía con preocupaciones esteticistas, aunque la muestra “Dermis” de José López evidencia mucha experiencia y puede ir más lejos, Lozano muestra un buen ojo y deseos de instalarse como fotógrafa.

Pedro Pablo del Cid es una promesa que no termina de cristalizar, muy anárquico en su producción, nadie niega su calidad, pero su exposición en “BocaLoba” evidenció un academicismo trasnochado, aun así lo sigo esperando. Daniel Valladares se insinúa con mucho talento, esperamos de él una producción más sistemática.
Bueno, lo malo de hacer listas es que alguien queda por fuera. Es bueno que otros hagan sus propias listas, la mía puede resultar arbitraria.

¿En qué medida los artistas que ya tienen una trayectoria pueden ayudar a estos jóvenes valores? El medio cuenta con artistas que tienen una trayectoria sustentada en la tradición y otros que han ido construyendo una trayectoria dentro del arte contemporáneo. Pienso que ambas generaciones tienen mucho qué enseñar y más aún, producir. Hay artistas con experiencia que están produciendo muy poco, otros han producido una brillante carrera en el extranjero pero se hacen ver muy poco en el país.

Es necesario que estos artistas unan sus esfuerzos para acercarse a los que vienen iniciando, recuerde que dentro de estos jóvenes hay artistas orientados a producir con medios tradicionales y otros con las estrategias visuales propias de la contemporaneidad. Pero, además, es urgente que vuelvan a surgir los talleres de artistas, en los años noventa estos fueron fundamentales en la producción de un arte sin aristas burocráticas, muy genuino, nacido de las preocupaciones y diálogo entre artistas, esto se perdió y ahora muchos han puesto el destino de su carrera en los dictados o reglamentos de las instituciones, grave error.

¿Cree que el 2019 marque el inicio de cambios importantes en el arte hondureño? Es difícil vaticinar algo así, los años resuelven los ciclos del tiempo, no los ciclos del arte, la realidad se mueve de una manera distinta a nuestros deseos, todo dependerá de los artistas, de su grado de compromiso, disciplina y comprensión de la función del arte como medio esencial para crear una cultura diferente. Dependerá también de las instituciones, es decir, si están dispuestas a encarar con otra estrategia el trabajo artístico-cultural que promueven, hasta ahora la inversión que han hecho no ha dado los resultados esperados. E insisto, es urgente el surgimiento de espacios alternativos creados por los propios artistas, el arte hondureño requiere de una insurrección artístico-cultural que nazca de la conciencia y el corazón de los artistas.