Opinión

Las lluvias han vuelto a dejar un triste escenario de destrucción y luto en la capital, la ciudad más vulnerable del país. Una jovencita falleció anoche por el fuerte torrencial.

Este invierno se esta convirtiendo nuevamente en una pesadilla para los hondureños. Hace unos días atrás sufrimos por la pérdida de seis niños, entre ellos cinco hermanos que fallecieron tras un deslave en el norte del país.

Después de la destrucción que dejó a su paso la tormenta y huracán Mitch hace 15 años, donde el país quedó como un rompecabezas, Honduras no es la misma. Lamentablemente la palabra invierno se ha convertido en sinónimo se destrucción y muerte.

Si bien es cierto ahora estamos más educados en materia de prevención y se ha hecho un ligero esfuerzo para recuperar nuestra infraestructura, esto resulta imperceptible ante el severo problema que representa la vulnerabilidad.

En la capital, por ejemplo, ha sido loable la cooperación externa para la prevención de desastres y la mitigación del riesgo. Sin embargo, siempre que llueve el daño es severo.

No hay que desconocer la propia responsabilidad de los ciudadanos que al lanzar los desechos a las calles están creando focos no solo de contaminación, sino también generado las causas reales de inundaciones en sectores vulnerables.

De tal manera que la solución solo puede ser integral: el ciudadano y el Estado tienen que conjugar y aunar esfuerzos.

Por un lado el Estado no solo debe definir políticas publicas sino que dotar de los recursos necesarios para la mitigación, y el ciudadano debe ser responsable consigo mismo y con los suyos...

Todos somos responsables y cada uno de nosotros debe actuar para conservar la vida. La época lluviosa debe ser una oportunidad para el desarrollo del país y no una amenaza a la vida.

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