Este día conmemoramos el primero de lo que será el tercer centenario de nuestra emancipación política del Imperio Español, un 15 de septiembre de 1821, cuando criollos y peninsulares, comerciantes, funcionarios y eclesiásticos decidieron que había llegado el momento de iniciar un nuevo recorrido ya como nación libre, soberana, independiente, tras más de tres siglos de ser colonia del imperio español.
Roto el vínculo de dependencia y vasallaje, se iniciaba un incierto futuro caracterizado por rivalidades entre ciudades y provincias, lo que no auguraba la necesaria unidad para transitar por cuenta propia. La anexión a México, a partir de febrero de 1822, truncó temporalmente el experimento libertario, hasta alcanzar nuestra segunda independencia el 1 de julio de 1823.
Mucho se ha debatido respecto a si fue suficiente o no con haber alcanzado la ruptura del vínculo colonial en lo político, no así en lo económico y social, facetas del proceso de igual importancia. También se ha referido a factores externos como limitantes de una emancipación integral y definitiva. Pero menos se ha discutido acerca de los factores internos, de nuestra responsabilidad colectiva para haber desembocado en situación de neodependencia en la actualidad.
Un periodista olanchano, Abel García Cálix, pronunció un discurso conmemorativo en 1926. Entre otros conceptos afirmó: “Los hondureños, con nuestros malos actos, hemos ofendido a la libertad; los hondureños, con nuestros desbordamientos de odio, hemos manchado la libertad; los hondureños, con nuestras matanzas endémicas, hemos hecho pedazos la libertad.
Y no es justo seguir por el mismo precipicio de muerte y de ruina, hagamos nosotros, de cada ciudadano de Honduras un propagandista ferviente de la paz, solo en tales momentos seremos dignos de cantarla, en la lengua y con el júbilo con que la ganaron nuestros amados e inmortales próceres”. Conceptos e ideas que continúan teniendo vigencia plena, constituyendo un reto para la actual generación, heredera de las precedentes.
