Columnistas

Una lectura de Rafael Pineda Ponce

Hace poco recordé un texto que leí probablemente antes de los diez años. Solo recordaba tres cosas de él: que estaba contenido en un libro pequeño, que lo escribió el profesor Rafael Pineda Ponce y que estaba dedicado a sus estudiantes. La curiosidad por lo vivido y lo sentido me invadió y lo busqué en mi pequeña biblioteca. Tuve éxito. Descubrí que el libro que contiene el escrito es una selección de lecturas que se llamaba así, sin más: “Selección de lecturas”, originalmente publicado en 1972 y reeditado en 1989. Un trabajo humilde y sencillo. El ejemplar que conservo está mal empastado, pero eso no fue obstáculo para que en su momento yo disfrutara esas lecturas.

El brevísimo texto al que hago referencia se titula “Saludo a mis estudiantes del Instituto Lorenzo Cervantes” (La Paz), y fue escrito en 1963, con motivo del Día del Estudiante. Era el cuarto año que el profesor Pineda Ponce compartía como director y catedrático con los jóvenes de esa institución educativa. Los saluda a los estudiantes con afecto, que a mi juicio supera la formalidad, y les hace ver en sus primeras palabras que sus “sanas inquietudes” lo nutrieron como maestro, porque no hay nada que alimente más el alma de quienes enseñamos que ver el interés despertar en unos ojos que se asombran con el mundo que un día nos asombró a nosotros. A veces no es la respuesta de un estudiante la que nos hace felices, sino la pregunta.

En el segundo párrafo, el autor hace referencia a un crecimiento físico y espiritual de los jóvenes, y en este punto me detuve. El espíritu debemos entenderlo en este caso como todo aquello que no podemos ver. La labor del docente está en favorecer su crecimiento. Nada nos interesa más que hacerlos despertar al mundo del conocimiento. Cuánto anhelo yo que descubran los alcances de la obra de Shakespeare, lo profundo de Cervantes o lo que se nos revela en un poema de Whitman. Además de la cordialidad, amabilidad, comprensión, el respeto, el diálogo y demás conductas esperadas en un hombre y una mujer de bien.

Hay algo que advertía Pineda Ponce por aquel entonces, les dice: “Nada de mixtificaciones infecundas, ni de odiosos sectarismos”. En cualquier época es muy fácil revolverle la cabeza a un joven, y la luz del conocimiento se las clarifica. Y se nota que desde entonces arrastramos los sectarismos que han roto una y otra vez nuestra patria. Es bueno que eduquemos para el respeto, la tolerancia y la unidad. Lo mismo le diría yo a los estudiantes de toda Honduras: nada de sectarismos ni de sectas (y no hablo de religión).

Culmina la carta: “Que jamás os sorprenda la dorada aurora de un Día de los Estudiantes cantando loas frente a la mesa de los cortesanos, ni derramando incienso a los pies de los poderosos”. De lo que interpreto que el profesor de generaciones nos invita a buscar nuestro propio camino de libertad para que nunca un ser humano le rinda tributo a otro ser humano. Bajo ningún concepto: ni político ni económico ni religioso ni laboral. Es quizá una de las cosas más importantes para la educación.

Y quiero concluir reflexionando sobre lo hermoso que es leer las palabras de un docente, quien debería ser el primero en producir, no importa si son ensayos, poemas, cuentos, novelas o cartas. Y creo que no es disparatado decir que no se puede confiar en un docente que no escribe.