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Un 2019 por explorar

Es entretenido subir gradas. Cuando era pequeño siempre me divirtió subirlas como bajarlas, y si había pasamanos por dónde deslizarse, era mucho más emocionante (aun con los riesgos implícitos). Quizás me sigue pareciendo así porque, siendo chico, me prohibían subir a los segundos pisos de las casas que visitábamos, siempre ocultos y por ello interesantes. Cuentan mis mayores que era yo muy fisgón y ascender a las plantas superiores parte de mis travesuras, ya que me colocaba fuera de la vista y control de los demás. Bien fuera la casa de un pariente, una tienda, un banco o una oficina gubernamental, si el pequeñuelo no aparecía por ningún lado, seguro era que me encontrarían curioseando en los pisos superiores. Bibliotecas, estudios, recámaras llenas de juguetes u objetos desconocidos, bañeras, armarios, balcones y azoteas, son incontables las novedades que depara un segundo, tercer o más niveles de una edificación, como anecdóticas son las sorpresas con las que uno puede toparse.

Mi madre y padre trabajaban en bancos ubicados en el centro de la ciudad, ambos equipados con elevadores, y en al menos uno de ellos conocí todos los pisos aprovechando un descuido. El día que me prohibieron utilizar el ascensor descubrí que en los dos edificios se podía subir por las gradas y, contrario a lo que ellos se figuraron -ya lo expliqué antes- fue para mí una circunstancia feliz. Eran los tiempos previos al jardín de infantes, así que yo pobre analfabeta debía proveerme por mi cuenta las aventuras que años después me regalaría la lectura. Puedo imaginar los afanes de mis jóvenes padres, cuando el duendecillo rubio no aparecía y su preocupación por si yo había tenido acceso a un último piso o una ventana abierta (no le tenía miedo ni respeto a las alturas). En mis nebulosos recuerdos de entonces, tengo varios en los que un guardia o compañera de trabajo me encontraba durante mis “viajes de descubrimiento”, dignos de un explorador ártico. Ya en esas épocas gustaba mucho de conversar y contar historias, así que no fueron pocas veces en las que mamá o papá llegaron a “rescatarme” a dónde yo me encontraba, muy cómodo y en amena plática, con sus colegas.

Cada vez que inicia un año, vuelvo a experimentar la misma curiosidad que me embargaba en los lejanos años infantiles cuando me enteraba que había más de un piso por explorar en el lugar al cual había arribado. Lleno de novedades, sorpresas y anécdotas, ocasiones para aprender más y conocer tanto nuevas personas como lugares. Aunque los días y meses tengan números y nombres iguales a los de años anteriores, son verdaderas hojas en blanco, singulares y únicos como lo fueron los del año recién concluido. El 2018, al igual que a ustedes, me dejó lecciones importantes, ganancias y pérdidas, alegrías y sinsabores. Aproveché cada oportunidad que tuve para construir y aupar a otros, hice ajustes vitales y enfrenté de buen talante lo que estuvo fuera de mi control, así como me enseñaron a hacer mis mentores y progenitores, los que ya no están y los que siguen conmigo.

¡Bienvenido sea 2019, con todos sus pisos y escalones! Aquí vamos....