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Ser revolucionario hoy día

En mis tiempos de juventud, hace muchas pero muchas lunas atrás, ser revolucionario consistía en tener un sincero compromiso con la justicia social, fundamentado en una clara ideología de corte marxista-leninista, enarbolando consignas como “tierra para quien la trabaja” y “trabajo y techo para todos”.

Los estudiantes universitarios de entonces, no solo propugnaban por la “transformación de la universidad”, sino que realmente se esforzaban por mantener contacto con los obreros y campesinos del país, pues comprendían que necesitaban construir una gran alianza obrero-campesino-estudiantil, que desafortunadamente no logró consolidarse.

Como tal época coincidió con el triunfo de la revolución cubana en 1959, la revuelta estudiantil de mayo de 1968 en Francia, y con el golpe de Estado en contra de Salvador Allende en 1973, los revolucionarios criollos se identificaban con la lucha de esos pueblos, haciendo gala de un internacionalismo que pregonaba el eslogan que todos los pueblos del mundo éramos hermanos.

Pero el mundo evoluciona y los ideales se transforman, aunque los cambios no necesariamente ocurren para bien, ya que los revolucionarios actuales constituyen un espécimen bastante curioso, que me hace recordar la broma de Matías Funes hijo contra un connotado dirigente político, a quien tildaba de asumir una postura ideológica de tipo “patastera intelectual”.

Si bien el revolucionario de hoy día defiende el medio ambiente, también se adscribe a la ideología de género y admite el aborto y las relaciones entre diferentes sexos, aunque sería más exacto decir entre diferentes géneros, porque la izquierda ha multiplicado los géneros ad infinitum.

Hoy día algunos revolucionarios defienden ciegamente la dictadura de Maduro en Venezuela, apoyan las prácticas electorales de Putin en Rusia y guardan silencio frente al atropello institucional y la represión generalizada consumada por los Ortega-Murillo en Nicaragua.

No se puede desconocer que existe una nueva izquierda más sobria y tolerante, como la de Boric en Chile, e incluso, la de Petro en Colombia, pero esas son más bien una rara avis, que todavía muestran un rostro amable del revolucionario, el cual generalmente insulta, condena e irrespeta los más elementales derechos humanos.

Creo que ser revolucionario hoy día está en pugna con ser socialista, dado que varios países socialistas respetan el juego electoral sin fraudes, defienden con firmeza los derechos humanos y la libertad de prensa, y además, acostumbran solidarizarse con los sufrimientos de otros pueblos como los afrontados actualmente por palestinos y ucranianos.

Si a mi avanzada edad me tocara escoger entre ser revolucionario de nuevo cuño o ser socialista, no dudaría en preferir ser socialista, porque me causa cierta indignación cuando aquellos hablan de combatir la corrupción y la pobreza, pero en realidad adoptan las prácticas sucias del pasado y lo único que realmente les apasiona es la concentración del poder.

Personalmente no lograría conciliar mi humanismo cristiano con una ideología de género, la defensa del aborto y otras baratijas dizque progresistas.

Creo que la libertad no puede ser un derecho sin ningún límite, porque de admitir tal extremo estaríamos dándole paso a un completo libertinaje, donde no existirían valores de ninguna índole y todo sería relativo y prosaico.

Posiblemente con la edad me he vuelto más conservador, aunque siento todavía una gran pasión por la justicia social, proclamo mi solidaridad con todo el género humano y condeno el dolor de la inocente tierra.