Columnistas

Cuando alguien que va a la vanguardia de la lucha contra la corrupción se siente tan amenazada que toma la dura decisión de alejarse del país, todos debemos sentirnos en riesgo. Si alguien de alto perfil, con medidas de seguridad, ajenas a los demás, corre peligro, ¿cuánto más nosotros? Quienes serían unos de los potenciales transgresores a sus derechos humanos en vez de negar los señalamientos tratan de descalificarla vertiendo falacias que a los únicos que descalifican es a ellos mismos y contribuyen a dotar de mayor credibilidad aún a la denunciante.

Podríamos estar en desacuerdo con Gabriela Castellanos, pero su señalamiento al nepotismo del reducido grupo familiar y otros en el poder está totalmente demostrado, pero se quedó corto. Según dicen porque no tuvo acceso a los acuerdos que los respaldaran. Solo publicó de los que tenía prueba documental. Su diligencia ciudadana quizás sea extrema en unos casos. Porque alguien sea hermana con poder no es que le tramitó el cargo. Necesitó más tiempo el CNA, debería actualizarlo. Núcleos familiares completos perdieron la vergüenza, creemos que un día la tuvieron, evidenciando una voracidad que no les imaginamos, ordeñan el erario y se enquistan en la cosa pública. ¿Por supuestos merecimientos, ciertos tipos de indemnizaciones? Realmente es una pena. Y ahora, que a estas alturas ya nos desengañamos y no les creemos que quieren traer la CICIH, aunque la seguiremos exigiendo, se crece el sinsabor del posicionamiento de varias disfunciones democráticas. La corrupción arde. La mayoría podrá ser honrada. Pero los pocos abusivos, van creando la percepción letal, para ellos, de que este gobierno es igual o peor de corrupto que el anterior. ¿Cómo un jovencito hostil al estudio y al trabajo, sin herencia justificante, puede construir una mansión de 1,500 metros? ¿Cómo pueden explicar la opulencia todos ellos? Es la percepción letal el gran desafío de este gobierno. No solo hay que decir, hay que ser o al menos parecer .