Columnistas

Aunque se consideren los primeros 100 días de un gobierno indicativos de cómo se desarrollará una administración, no tiene que ser. Mantengamos la esperanza. Despuesito valoraríamos esos 100: muchos y enormes retos a enfrentar que no pueden ser resueltos matemáticamente. Como todo en la vida, no es asunto de sumar y restar. Menos con las dificultades estructurales y creadas en el camino por la negligencia y la desidia casi generalizada de los gobernantes que nos hemos dado en el pasado y algunos de sus funcionarios. Y conste, si lo llegamos a hacer, nunca sería por molestar, sino con el mismo ánimo auditor que caracteriza nuestro compromiso ciudadano y que debe ser el mismo con aquel que asuma su alta responsabilidad, el servidor público, del nivel que sea. Hay parámetros invariables, transversales a la función pública, sin atender ideologías ni países, entre otros: la malversación de caudales públicos es siempre corrupción, no existe justificación; el Estado de derecho se transgrede cuando no se aplica la ley o se aplica en forma inequitativa; la función pública es un apostolado, quien quiera enriquecerse debe operar su empresa, no buscar ni riqueza ni poder en el gobierno; al gobierno se llega a servir, todo lo que refute este axioma implica corrupción. Para tenerlos presentes, siempre y a la fuerza, guste o no, en la evidencia de integridad que define la imagen de la doctora Adriana Zúñiga, destituida, a mucha honra, por empeñarse en adecentar el IHSS, bastión de la seguridad social de los y las hondureñas. Y en esta distinguida ciudadana se conjugan no solo su compromiso de transparentar y optimizar la administración de los recursos humanos y financieros bajo su recaudo, sino también, un incuestionable conocimiento de la problemática del ente y una capacidad gerencial en la administración pública, tan valorada como el oro, por escasa. Con la separación la complicación no termina, empieza. Ojalá que la presidenta Castro evite represar el problema.