Columnistas

La democracia del arrebato

Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa se quejaban que hablar en Honduras de orden y progreso, divisa principal del positivismo de Augusto Comte en la Francia de finales del siglo XIX, cuando el capitalismo ya había entrado en su fase de maduración y mostraba algunos elementos de su descomposición; no tenía sentido, en virtud de que progreso se entendía como crecimiento económico y modernización, orden se refería a las condiciones de tranquilidad en las cuales debía encontrarse el pueblo para permitir la proyección del desarrollo económico.

En esas circunstancias, Honduras, a la llegada de los reformistas al poder en 1876, vivía un atraso espantoso, en términos económicos, sociales y políticos. El país no contaba con una infraestructura productiva y la institucionalidad necesaria para el despegue económico. No había ni orden ni progreso.A pesar del modesto impulso que dieron los reformadores en la conformación del Estado Nacional, la debilidad de los sectores económicos criollos y la ulterior llegada de las compañías extranjeras permitieron que estas entraran en una alianza, sin una propuesta de desarrollo nacional.

El propio sistema político (Partido Liberal y Partido Nacional), formado en la última década del siglo XIX y comienzos del siglo pasado, se puso al servicio de los intereses foráneos. De esta manera, se fue heredando una nación con bajo desarrollo productivo, con una economía heterogénea, con enormes contrastes tecnológicos y alto grado de dependencia, siendo de esto, el resultado más visible, esos indicadores de pobreza que nos sitúan en los primeros lugares en América Latina y el despojo de nuestros recursos por más de un siglo.

El orden que se estableció fue el orden del arrebato, un orden a la imagen y semejanza de los grupos que se alzaban con los recursos extraídos de las nuevas relaciones que se abrían paso, muchas veces haciendo uso de actos de violencia y explotación. A partir de aquella etapa del desarrollo, que bien podría denominarse el pecado original; gobierno va y gobierno viene y cada uno se caracteriza por quitarle el detonador a la débil institucionalidad y al desencanto de la ciudadanía con la democracia y el sistema de partidos que la alimenta.

El modelo económico y político instaurado en Honduras, del cual los nuevos partidos son sus más cercanos huéspedes, se les está venciendo el término de caducidad, sin que haya señales de que algo nuevo los sustituirá.Honduras, en una frase de Eduardo Galeano en su libro “Las venas abiertas de América Latina”, referida a toda la región, decía que “Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos”. Nos dejaron esperando la práctica y los beneficios de la democracia, sin que esta asome.

Razón tenía el filósofo italiano Antonio Gramsci cuando decía que “el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Demasiados monstruos hemos tenido en el pasado lejano y reciente y el sistema político y económico vigente, no garantiza que nuevos monstruos aparezcan en el escenario nacional