Columnistas

La antesala de la guerra civil

Nuestra historia presenta a lo largo de su desarrollo tanto cambios como continuidades, en un forcejeo dialéctico entre lo nuevo que pugna por emerger y consolidarse, y lo viejo que, tenazmente, se aferra a lo tradicional, a conservar intereses políticos y económicos del viejo orden. Eso ha sido una constante, pese a la aparente estabilidad e inmovilismo de estructuras e instituciones que conforman la nación.

El estudio de la elección presidencial de 1923 y sus repercusiones que desembocaron en la guerra fratricida más sangrienta de nuestro dramático pretérito -violento e inestable- debe servir de aprendizaje a los políticos que anteponen ambiciones e intereses partidarios, clasistas, al bien común colectivo.

Durante los tres últimos días de octubre, se presentaron tres candidatos a la presidencia: Policarpo Bonilla, Juan Ángel Arias, Tiburcio Carías. Los dos primeros ya habían presidido el Ejecutivo: Bonilla de 1894 a 1898, Arias durante meses en 1903, ambos dirigentes del liberalismo, en tanto el tercero se postuló por el nacionalismo. El resultado electoral fue el siguiente: Carías: 40,953 votos; Bonilla: 35,474; Arias: 20,839.

Dado que ninguno obtuvo la mayoría absoluta (la mitad más uno), requerida por la Constitución vigente, la de 1894, algo similar a lo ocurrido en 1903 cuando se presentaron tres candidaturas: la de Manuel Bonilla, Marco Aurelio Soto y Juan Ángel Arias. De no haberse dividido el liberalismo hubiera acumulado más sufragios que los recibidos por Carías.

La participación de los comandantes de armas y los gobernadores políticos en los resultados electorales es analizado por el historiador Marvin Barahona: “Dominaban el ámbito local-municipal, departamental y regional, y actuaban como los grandes electores en las contiendas políticas, aunque nominal y legalmente no formaban parte de la estructura electoral...”. (Caudillismo y política en Honduras, 1894-1913. Paraninfo, año 5, no. 9, julio 1996, p. 8)

Correspondía entonces al Legislativo escoger al sucesor de Rafael López Gutiérrez, quien había accedido al poder tras la guerra civil de 1919 que depuso a Francisco Bertrand, quien había pretendido imponer como su sucesor a Nazario Soriano, para continuar ejerciendo el poder tras bambalinas.

En el Congreso los diputados aristas sumaban 18, los policarpistas, los cariístas 15, ninguno contaba con mayoría absoluta que pudiera escoger a su candidato. “Ya en el Congreso se vieron tres tendencias irreconciliables: el arismo... dispuesto a jugar cualquier carta con tal que la elección recayera en... Arias, obstaculizando sistemáticamente toda otra tendencia.

El policarpismo... dispuesto a poner en juego todo para que el Congreso no hiciera la elección, si esta no recaía en... Bonilla. El cariísmo, defendiéndose de la imposición armada del poder público aliado con el arismo, y de las añagazas políticas del policarpismo... dispuesto a cualquier arreglo que... evitara la guerra civil, para la cual no estaba preparado.” (Gustavo Castañeda. El Congreso de 1924, p. 11).