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Kakistocracia hondureña

No vaya usted a creer que padecemos o hacemos uso indiscriminado de la coprolalia o cosa semejante. El título de este corto diálogo con usted es correcto tanto en su escritura y su fonética como en su semántica. Una verdadera kakistocracia es lo que hemos estado viviendo en Honduras como forma de gobierno estos últimos años.

A continuación, le defino el concepto. “Kakistocracia: gobierno de los peores; estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos” (Diccionario de sociología de Frederick M. Lumley, primera edición,1944).

Este neologismo que proviene del griego kákistos, superlativo de kakos (malo, vil, incapaz, innoble), “pésimo, el peor de todos”, y krátos, “fuerza o poder”, ha sido utilizado por pensadores y filósofos políticos como el ya mencionado Frederick M. Lumley, el filósofo argentino Jorge L. García Venturini, en 1974 y más recientemente por el profesor de la cátedra de filosofía política de la Universidad de Turín, Michelangelo Bovero.

Los últimos escándalos que han sacudido a la sociedad hondureña, sometida hasta el hartazgo a la corrupción, robo, prevaricación, compra de conciencias, impunidad, engaños e hipocresía infinita, comunes de una cleptocracia, nos ha llevado a pensar que este gobierno ha bajado finalmente el último escalón para situarse en la forma de gobierno que tiene entre sus representantes a lo peor: a la hez de la hez.

Hemos sido testigos, a veces mudos, a veces impávidos, a veces pasmados y ovejunos, de la destrucción de la democracia y sus instituciones por una caterva de hombres que bien definió el poeta Teognis de Mégara a finales del Siglo VI a.C. en la ya decadente Grecia: “…esta ciudad es aún una ciudad, pero su gente ya es otra: aquellos que antes no sabían de derecho ni de leyes, sino que se vestían con pieles de cabras y deambulaban en torno a la ciudad, ¡ahora son nobles!, y los nobles de antes ahora son plebeyos.

¿Quién podría soportar el ver esto? Y se ríen engañándose unos a otros, desconociendo las normas de lo malo y de lo bueno…”.

Los kakos han implantado un sistema tan perverso que, sin importarles la opinión pública, el dinero del público, el honor del público, hacen lo que les viene en gana porque saben que al final no recibirán el castigo merecido, merced de las leyes que se han dado el lujo de personalizar en defensa y protección propia, perpetuando sus fechorías y mal proceder. Eso es kakistocracia.

Necesitamos sacar de sus pesebres a la recua de incapaces que tienen secuestrados los poderes del Estado y nos tienen rechinando los dientes ante la desidia en sus responsabilidades delegadas por el pueblo soberano.

Necesitamos que los hombres buenos, por las buenas, redefinan el rumbo perdido de la nación. Porque por las malas ya los kakistócratas han concluido su obra y ahora quieren perpetuarse en ella.