Columnistas

In a gadda da vida

Era yo profesor “taxi”, tras graduarme en la Escuela Superior del Profesorado, cuando empecé a hastiarme de las ofertas musicales de mi infancia, pubertad y adolescencia, incluso de la vida profesional. Música reducida particularmente a corridos y rancheras (Antonio Aguilar, Javier Solís, Gerardo Reyes, José Alfredo Jiménez) o tríos como Los Panchos (“La malagueña”) y Miguel Aceves Mejía, riqueza esa exponencial del folclore mexicano moderno.

Años antes había muerto en accidente aéreo (a los 39 años) en Yucatán el ídolo de mis padres, Pedro Infante, y algo previo el más amado de todos, charro cantor Jorge Negrete (42) por cirrosis, si bien nunca bebió alcohol (aunque hizo papeles cinematográficos de bolo).

La hepatitis C que contrajo en la secundaria le rompió cierto día una vena de hígado y lo traslado a la tumba entre el lloro unánime de millones de latinoamericanos. Era intimidante su cultura pues fue oficial graduado de la academia militar de México y además de haber estudiado ópera y música clásica parlaba seis idiomas más náhuatl. ¿Se le parece algún reggaetonero actual?...

Pero también sobraban salsa, rumba, merengue, pachanga, son montuno, wawancó, danzón, guaracha, boleros, chachachá, ritmos cubanos (país que produjo 40 de los 72 latinoamericanos) y que gestaron más tarde, en el Puerto Rico de Nueva York, la salsa.

Excepto que compitiendo con los viejos crooners norteamericanos surgió un monstruo de Matanzas, Pérez Prado, rey del mambo, que se sostuvo en cartelera por décadas y a quien Fellini incluyó en “La dolce vita”.

El ambiente era de escándalo tropical: Bola de Nieve (“Mama Inés”), Celia Cruz con la Sonora Matancera, más la Santanera, Tito Puente y Mongo Santamaría, anexo al merengue dominicano, hacían que de tanto zapatear la segunda planta del distrito municipal de SPS —donde oficiaban la fiesta juniana— estuviera a punto de caer. Y en eso Euterpe, musa griega de la música, consigue que un conjunto de San Diego, Iron Butterfly (mariposa de hierro), lance un impactante hit de rock ácido que cambia la dirección de las armonías apetecidas por ser la más rara obra de arte psicodélico y que dio paso luego al heavy metal:

“In-AGadda-Da-Vida” (que es “In the garden of Eden”, En el jardín del Edén). A mi joven y torpe edad la estremecieron esos nuevos conceptos del arte, con un solo de percusión de 17 minutos, como jamás había oído. No hablaré de ellos pues son visibles en internet, sino de mi experiencia musical devastadora al oírlos.

La sencilla letra copia a Adán seduciendo a Eva en el Paraíso, o sea que es canción de amor. Luego aprendí que la obra es un riff de guitarra y bajo, o sea, uno o dos compases que persiguen insistentes a la canción, tornándola melódica, algo elegantemente repetitivo y en que “El bolero de Ravel” (percusivo) es modelo.

Le brotan largos solos de órgano, interrumpidos por el beat de batería, uno de los primeros y famosos en grabaciones de rock. En las siguientes décadas, locos por su creatividad, Steppenwolf y artistas de heavy metal y rock progresivo (Deep Purple, Led Zeppelin) aprendieron de su sonido.

En YouTube hay una linda versión con dibujos animados. Los tiempos idos de la historia son a la vez tiempos bienvenidos para la memoria y el corazón.