Columnistas

Imágenes curiosísimas

Por las calles de Tegucigalpa se ven imágenes tan curiosas que son ciertamente difíciles de olvidar y también difíciles de no contar, aunque más de alguna linde con lo inverosímil.

¿Ha visto usted alguna vez, amable lector y lectora, a un hombre en moto? Todos y todas dirán que sí, extraño sería no haber visto uno. Y no es extraño que en la parte trasera de la moto vaya una mujer. Ahora bien, imagínese que delante del conductor va un perro, y que la mujer va cargando a un niño que no supera los cinco años. Además, la mujer carga también un cartón de huevos y otras bolsas que seguro son compras pesadas. Y para rematar solo el hombre lleva el casco puesto, porque la mujer lo lleva de sombrero.

Y bueno, he visto personas sin casco a más no poder y niños conduciendo tanto motos como carros. Yo, honestamente, no doy crédito de la impunidad con la que suceden todos estos hechos.

Recuerdo que la primera vez que vi una mototaxi fue en la zona rural de Guatemala, y posteriormente en el interior de Honduras. Me parecían un lindo y folclórico medio de transporte para los pueblos pintorescos, pero lo que no me esperaba es que se convirtieran en la solución de muchos peatones para sortear las empinadas cuestas que ofrece una ciudad que nunca debió crecer en las proporciones que lo hizo Tegucigalpa.

En los mototaxis he llegado a ver: un conductor, dos pasajeros (guindados) en la parte de adelante y tres en la parte de atrás. Y si alguno de los pasajeros trae carga, no importa, también se puede con ellas. Solamente como recordatorio, hubo hace años mucha polémica por si al taxi se le agregaba el quinto pasajero.

Hace poco circulaba yo por una zona muy concurrida de la capital y vi a un pobre hombre, conductor de un busito, esperando pasajeros para iniciar su ruta. Creo que era domingo o sábado por la mañana, pero lo curioso es que no se estaba hidratando con agua, refresco o jugo, sino con otro tipo de bebidas, que mi razón, y también la ley, me dicen que no son las recomendadas para conducir. Pensé en los ciudadanos que tendrían que exponerse a tales condiciones.

Y hay imágenes que están completamente normalizadas como las personas asardinadas en los buses, autos a medianoche sin luces (cual cuento de terror) o los estíqueres en el transporte público que dicen que se paga con dinero, sexo y no sé con qué más, en una flagrante agresión hacia las mujeres, y que en una persona sin educación puede promover la violencia sexual y la cosificación del cuerpo de la mujer, afirmando que es un bien transaccional.

Sin contar las veces que me han gritado “lelo, aprendé a manejar” solamente porque intento respetar las señales de tránsito: los cruces, los límites, las preferencias. También me han dicho “muela”, “maule” y otros términos que no puedo usar en este espacio por respeto a la audiencia, pero que seguramente todos y todas sabemos a cuáles me refiero.

No hace mucho, un bus que venía en contravía (se recorrió varios metros así) pretendía obligarme a cambiar mi ruta para que él pasara. Y el conductor se mostraba molesto, como si yo estuviese haciendo algo malo por ir en el carril correcto y por pretender que se integrara al carril que corresponde.

La pregunta es cómo es posible que todas estas cosas y muchas más sucedan impunemente en la capital de un país que pretende progresar. A mí, por lo menos solo me quedan muchas preguntas, que son probablemente las mismas que usted se ha hecho, al leer estas palabras o al ver lo mismo que he visto yo en tantas ocasiones por la ciudad.