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Hay protestas... y protestas

Las protestas de los agricultores franceses contra su gobierno durante las últimas semanas han atraído las miradas de la comunidad internacional, no solo por su originalidad sino porque han obligado a la intervención urgente del primer ministro. Con ayuda de tractores, montones de tierra, neumáticos, hogueras y hasta rebaños de ovejas, han llevado a cabo bloqueos de vías y carreteras, pero también han realizado acciones contra supermercados y locales comerciales vertiendo estiércol (sí, caca animal) en sus techos y fachadas, o arando el asfalto de un estacionamiento de vehículos. Desconfiados de la respuesta estatal, los protestantes han anunciado que bloquearán París hasta tener respuestas eficaces a sus demandas.

Hace algunos días en Argentina, manifestantes en contra de las medidas aplicadas por el nuevo presidente protagonizaron un paro general de protesta de 12 horas, que se tomó las calles con pancartas y banderas. Convocado por sindicalistas, una de las consecuencias más relevantes fue el aplazamiento de más de 300 vuelos y la afectación de 20 mil usuarios del transporte aéreo, con pérdidas de 2.5 millones de dólares. Además de marchas y obstáculos para la circulación, en estas faenas los participantes cantan y se acompañan de tambores, bombos y otros instrumentos musicales.

Los medios nos traen con frecuencia información sobre protestas y manifestaciones populares de distintos lugares del planeta. Usualmente masivas, de tanto en tanto conocemos detalles curiosos de muchas de ellas, que las vuelven singulares por su creatividad o su carácter disruptivo. Manifestantes marchando “en pelotas” contra el uso de pieles de origen animal; personas que avanzan por una avenida con el rostro amordazado para llamar la atención sobre la censura; o disfrazadas, como la conocida “marcha de las putas” que denuncia la violencia contra las mujeres; gente desesperada extrayéndose sangre para lanzarla contra edificios como forma de hacer consciencia sobre los problemas de salud de una comunidad o el derrame de leche o vino para quejarse por políticas oficiales que afectan a los sectores lechero o vinícola de un país.

Entre nosotros, las protestas no suelen revestirse de originalidad, pues repiten consignas o elementos “copiados” de otros lugares; sin embargo, a veces hay excepciones: en los años noventa del siglo XX, los estudiantes universitarios se manifestaron contra la empresa Stone Container utilizando collares artesanales hechos con bellotas de pino, visibilizando el potencial daño contra el bosque. Algo similar puede decirse de la llamada “insurrección legislativa” del opositor partido Libre en el Congreso Nacional que usaba silbatos, pitoretas y petardos, con mucha más visibilidad y prensa que barricadas y llantas quemadas en las calles.

La libertad de reunión para manifestar opiniones es un derecho, pero si una protesta llama la atención por su originalidad e ingenio, siempre será mucho más efectiva para ser noticia y sumar simpatías.