Columnistas

Fracciones de vida a tres colores

El semáforo cambió al rojo, después del parpadeo intermitente de su lámpara amarilla. Me detuve sin dificultades, pues conducía a una distancia y velocidad prudenciales. Desde mi ubicación, a dos vehículos del inicio de la fila, pude avistar que el carro frente al semáforo se encontraba sobre el paso de cebra, obstruyendo el camino a los peatones que deseaban cruzar la calle.

En un vehículo a mi lado, un conductor fingía estar ocupado para camuflar su indiferencia hacia la petición de ayuda de una mujer -casi niña- que cargaba un bebé en brazos. El sol era inclemente y las noticias en la radio repetían historias que podían ser de hace diez años por tratarse de los mismos actores y sus recurrentes discursos.

En un santiamén, un joven saltimbanqui de piel maltratada por los elementos, se colocó al frente de todos los carros e hizo equilibrios con una silla sobre la boca, mientras en la avenida que se cruzaba con nuestra vía, otro más intrépido tenía más éxito con la atención (y la bolsa) de la temporal audiencia pues hacía malabarismos con machetes.

Habían transcurrido varios segundos y pronto seríamos autorizados a circular. El aparente orden prevaleciente hasta ese momento entre quienes aguardábamos fue alterado por un vehículo que rebasó al resto y se colocó en diagonal, disputando la cabeza de la fila con otro que estaba contiguo al auto montado sobre el paso de cebra.

Varios motociclistas se aglomeraron delante y al lado de todos, apartando de mala manera a un señor que intentaba mercar aguacates y a la mujer con el niño en brazos. “Canillitas”, habilidosos para vender, cobrar, contar vuelto e identificar clientes, mientras caminan con desparpajo en medio de cualquier vehículo estático o en movimiento, ni se inmutaron por el cercano cambio de luces en el semáforo.

En esta ocasión (al menos) no hubo arrebato de celulares o carteras, pistola en mano, o disparos en ráfaga a un desprevenido vecino de carril.

El semáforo cambió a color verde. Viejos conocedores del comportamiento vehicular, nuestra fila no avanzó de inmediato…un veloz carro que cruzaba por la avenida pasó al último, en rojo, desafiando su suerte y arriesgando vida propia y circundante.

Sin más, los cláxones, las mentadas de madre y malas miradas, arrearon a la manada metálica, que comenzó a avanzar dejando atrás esa pequeña fotografía de cómo somos: algunos irrespetuosos de los derechos de los demás y cualquier orden, otros pobres y dependientes de las dádivas, tolerantes ante la violencia silenciosa, indolentes a la necesidad ajena, temerarios cual herederos de afrentas colectivas.

No obstante -y he ahí motivo de esperanza- en esa fracción de vida en medio de tres colores, también había lucha esforzada por la supervivencia honrada, solidaridad espontánea, capacidad de adaptación y la comprensión común de un buen grupo de personas, que entienden que el respeto a esa luz roja, a la convivencia y a unas franjas sobre una calle son parte del secreto que explica y sostiene a las grandes sociedades de hoy.