Columnistas

El peor símbolo de la adultez

El ser humano lleva alcoholizándose más o menos unos nueve mil años, aunque algunos argumentan que lo hace desde hace muchísimo más tiempo. Yo me resisto a creerlo. No pienso que sea natural en el género humano. Y en todo caso llevamos cometiendo errores desde nuestros orígenes. Tampoco sería extraño.

En la actualidad hay una alabanza absurda hacia el alcohol. Se presume su consumo en redes sociales como si fuese la consecución de un logro. Sus más afiebrados seguidores lo tienen como una especie de símbolo de la adultez: un desatino desde todo punto de vista. Principalmente porque alcoholizarse es lo menos adulto que existe, en la mayoría de los casos conlleva actos de enorme irresponsabilidad. Lo invito nada más, querido lector, a revisar las cifras de accidentes automovilísticos provocados por el estado de ebriedad. ¡Espeluznantes! Aunque claro, siempre es posible que el raciocinio en muchas personas esté supervalorado.

Esto lo pienso desde hace mucho, pero me llamó la atención que una de las imágenes que más circuló para la celebración del Día del Niño (obviamente a modo de broma) fue la de un biberón que contenía cerveza. Trataba de generar un juego de ideas. Más o menos transmitía que es como la leche de los adultos: su símbolo. Siguiendo, lógicamente, una analogía en la que el bebé sobrevive con leche y el adulto con alcohol. Me pareció una comparación bastante desafortunada y, sobre todo, fuera de lugar. Desencajaba con el ambiente del día.

Tan es así que, en medio de toda esa fiebre, hay pasteles, piñatas y cualquier otro objeto festivo con formas de envase de bebidas alcohólicas. ¿Pero por qué ha sido tomado por muchos como símbolo de la adultez? Porque es una actividad exclusiva de la edad adulta, dirá alguno. Honestamente no lo creo, porque hay muchas actividades exclusivas de esta edad: verbigracia las hipotecas y los impuestos. Pero pongamos ejemplos más agradables: conducir, la vida laboral, la vida universitaria, la independencia, el matrimonio, la paternidad o maternidad y un largo etcétera que da para todos lo gustos.

Es posible que sea un acto de rebeldía. Recordemos que no estoy hablando en sí del acto de consumir, sino de la narrativa que se ha construido en el colectivo social alrededor sobre la actividad. Desde un sector de los hombres está visto como un acto de masculinidad y desde un sector de las mujeres está visto como un acto de liberación. Lógicamente, esto proviene del devenir histórico de los conceptos de masculinidad y feminidad. También hay otro sector que necesita validar con una narrativa un acto que sabe que le trae más daño que beneficio. Y por supuesto, nada de esto sería tema de interés si no fuera porque detrás de todo este discurso de “pasarla bien” hay una sociedad que la pasa bastante mal.

Y la sociedad es un poco hipócrita al respecto: por un lado, castiga la violencia, el desamparo y la decrepitud humana y por otro hace apología del alcohol, una (nótese que dije una) de las principales causas de lo primero. Cada vez que vea a un ser humano en su peor versión, tirado en la calle, sin un ápice de esperanza, recuerde cuál es muy probablemente la razón. De todo este sinsentido creo que dan fe en Honduras y el mundo: hijos, esposas, madres, padres, en definitiva, millones de personas. Esto no es moral abstracta.